Ocurrió el año pasado y quiere repetirse éste. La fuerza en la calle rinde mucho. Y más cuando la sociedad pierde los mecanismos institucionales para defenderse. En 2011 fueron los estudiantes, que con 13 años o más pretendieron aleccionarnos sobre educación y políticas públicas nacionales. Ya se les olvidó lo que obtuvieron. Siguen protestando con los mismos argumentos, mientras en el Congreso se aletargan proyectos que rechazan los dirigentes de las universidades tradicionales, porque rebajan a un tercio el costo del crédito a cerca de 360 mil alumnos de las "otras" universidades.
Ahora, a las demandas de 2011 suman a Aysén, la nueva pipeta de ensayo. La región ha aplicado con éxito la misma fórmula de los estudiantes: la toma de la calle, invocando demandas legítimas y la justa movilización social.
Ese éxito no sería posible sin la complicidad de la clase política. Pensando que pueden cosechar el fracaso, o tiritando de miedo por no estar a la altura de las nuevas redes y movimientos sociales, gran parte de los parlamentarios legitima y hasta justifica lo inexplicable. Junto a la prensa, los políticos transmiten que los dirigentes son idealistas, "puros", víctimas.
Todos condenan la violencia, que no viene de ellos -repiten-, sino del Estado, del Gobierno, de la policía. Los líderes se limitan a tocar el pito para marchar por grandes causas, pero salen los buenos y los malos a la calle, y éstos son de responsabilidad de "Nadie". Vimos de nuevo esta semana en el centro de Aysén y en el de Santiago que es impune quemar, robar y tomarse los colegios, saquear los supermercados, destruir los edificios públicos y nuestra paz social.
En rigor, los que convocan no son responsables, pero de estos encapuchados desbocados, armados con piedras y material incendiario, deviene su poder para exigir, en vez de pedir; imponer, en vez de dialogar. Es el manejo de la amenaza de la fuerza con la complacencia de la clase política. Y el Gobierno parece ratón acorralado por la boa de las "legítimas demandas" de los movilizados y el grillete de los millones de chilenos que salen temprano de sus casas a trabajar y se esfuerzan por sacar adelante a sus familias, que también esperan justicia.
Hemos desarrollado todo tipo de teorías sociológicas y políticas sobre la desigualdad, la falta de participación y oportunidades. Proponemos más recursos e impuestos, cambiar el binominal, descentralizar, terminar con el mercado. Pero tapamos lo básico: ¿cuánto tardaron Francia e Inglaterra en terminar con los encapuchados que irrumpieron el año pasado? Acá, en contraste, estimulamos la liberación de los bajos instintos, buscando aprovechar la fiereza del caos social en beneficio propio. Hay formas de hacernos mejores y de avanzar. Todas suponen costos y contención, y ninguna la triste retaguardia de capuchas, palos y piedras.
Saludos
Rodrigo González Fernández
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