La peligrosa crisis ética
¿la tenemos en en Chie? es la pregunta del momento
La crisis económica se ve; la crisis de valores pasa desapercibida en medio de la demagogia populista... y es más grave
ÁNGEL TRISTÁN PIMIENTA
TRISTAN@EPI.ES
¿Es una muestra de salud democrática que los políticos deshonestos, corruptos, tramposos y con un concepto de moral alejado de las virtudes clásicas, las de toda la vida, aumenten los votos en vez de recibir la amonestación y el desprecio de los electores?
Por regla general en la Europa democrática ha prevalecido el puritanismo a este respecto, y los escándalos se han solido saldar con la dimisión o el progresivo ostracismo de los que han traspasado las reglas de la decencia pública. Pero el fenómeno Berlusconi vino a demostrar en su día que en la profundidad primitiva de las sociedades tienen cabida aún en el siglo XXI comportamientos típicos de los césares del Imperio Romano, que ya criticaban los historiadores y los filósofos (los ilustrados de la época). Las golferías del primer ministro con chicas jóvenes, apenas pasada la adolescencia, sus bacanales desvergonzadas, no son lo peor en quien se da vistosos golpes de pecho como hombre de fe; lo peor es que para eludir sus responsabilidades penales cambie las leyes a su antojo, siga utilizando sus poderosas televisiones para ofrecer una realidad virtual muy alejada de la verdadera y para presionar o chantajear abiertamente a sus oponentes. ¿Puede decirse que los italianos que le votan a pesar de esto están en su sano juicio? Buen tema para una tesis. Sarna con gusto no pica, dice el refrán, pero puede provocar un tumor.
Que no se hayan celebrado todos los juicios no significa que Berlusconi tenga que beneficiarse de una impunidad judicial por el principio de presunción de inocencia tomado a modo de trinchera. Pero que no sea condenado o inhabilitado por las juergas con menores no significa que su comportamiento sea el que requiere su cargo; que Italia no haya logrado disponer de reglas que separen claramente los negocios privados de la actividad política, como es el caso de este empresario, no implica que la simbiosis que representa sea moral y edificante.
Parecía Italia un caso aislado, la presencia de la mafia, la picaresca y el engaño institucionalizado, la mordida compartida por los partidos como método de subsistencia, la rebelión de los jueces, que tumbaron la república podrida... Pero vivimos no solo en la era de lo global, sino que la llegada de un renovado populismo de derechas ha permitido que afloren viejos fantasmas. Mientras la ultraderecha xenófoba resurge en el norte del Viejo Continente, en España presidentes de autonomías, alcaldes y concejales condenados por sus trapacerías, imputados o sencillamente autores telefónicamente confesos de trapisondas con las licencias urbanísticas o con los presupuestos o con el tráfico de influencias son premiados en vez de castigados. La indecencia se oculta tras arabescos y retruécanos. En Mallorca, en Valencia, en Madrid, en Murcia, en Galicia, en Canarias... hay pocos motivos para confiar sin más. Hay nombres para los que pedir la presunción de inocencia es una frivolidad y una cortina de humo. ¿Inocencia en qué, y para qué? ¿Para que quien paga con cargo al dinero público viajes de amiguetes, bragas, comidas, perfumes, lo siga haciendo desde la soberbia? ¿Inocencia para que el que recibe regalos o prebendas, relojes, trajes, joyas, coches, precios de compadre en hoteles y chalés continué como si tal cosa? ¿Inocencia para que el que montó sonados pelotazos que dejaron un reguero de indemnizaciones vuelva a lo mismo? ¿Inocencia para los que han convertido comunidades autónomas, municipios enteros, en cortijo privado?, ¿inocencia para los que montan redes de asaltacaminos alrededor de las adjudicaciones? ¿Inocencia presunta para los que han espiado a sus adversarios? Estas presunciones extravagantes de pureza son presunción de inseguridad y pillaje para el futuro. Y un fallo del papel de los medios de comunicación como vigilantes del poder. Los teóricos de la libertad de prensa coinciden en que el valor superior de la información es que el ciudadano disponga de datos suficientes a la hora de votar; si disponiendo de ellos apoya a quien transgrede la ética, algo le pasa al ciudadano, y a esa democracia. A lo mejor, que le falta más educación para al ciudadanía.
CONSULTEN, OPINEN , ESCRIBAN .
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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