Lunes 09 de Julio de 2012
Abuso infantil: alerta roja
Bitar, Cristina
Bitar, Cristina
En las últimas semanas hemos conocido nuevos casos de niños que han sido víctimas de abuso en sus colegios o en establecimientos de educación preescolar. Cada uno de estos casos es verdaderamente escalofriante, pues se trata de situaciones en que los niños se encuentran en circunstancias de alta vulnerabilidad. Ellos están al cuidado de instituciones cuya misión es precisamente educar; vale decir, contribuir decisivamente en su formación intelectual y moral. Cada una de esas familias ha hecho un acto de confianza al dejar cada día bajo la responsabilidad de esas instituciones lo más valioso que tienen, que es la vida, la seguridad y la integridad de sus hijos. Estos casos nos advierten que, como sociedad, tenemos que redoblar las medidas de cuidado bajo las cuales nuestros niños se educan. Iniciativas como el registro de condenados por pedofilia, recientemente promulgado, van en la dirección correcta. Pero medidas como éstas no serán suficientemente eficaces si los colegios y los padres no nos aplicamos mucho más aún en el cuidado que debemos tener.
En primer lugar, debemos exigir que las instituciones en las cuales depositamos la confianza de formar a nuestros hijos los pongan a elloscomo la primera prioridad. Es inconcebible que, por el afán de protegerse del descrédito que significa que uno de sus miembros abuse de un menor, esa misma institución traicione su mandato de proteger a nuestros niños. En ningún caso podemos permitir que un colegio calle los abusos, proteja a los abusadores y no notifique a los padres ante una situación así.
En segundo lugar, debemos aprender, como padres, a tener una confianza racional y medida hacia las instituciones. Sería imposible una sociedad en la que no podamos confiar en el colegio de nuestros niños. Pero es importante que esa confianza no sea a ciegas, sino que se construya desde la razón y la lucidez, para que sepamos reconocer aquellas cosas que nos parecen erróneas y no pongamos, nuevamente, el bien de la institución por sobre el de nuestros hijos o el de los otros niños que ahí conviven.
Además, nos cabe una responsabilidad de formar a nuestros hijos en el autorrespeto y el autocuidado. No existe nada que justifique un abuso sexual, menos a un niño. Ellos no tienen culpa de ser víctimas de un abuso, ni mucho menos pueden ser desoídos cuando lo denuncian. Para eso debemos, como padres, enseñarles cuáles son los límites que deben soportar. Debemos darles las herramientas que les permitan discernir, desde lo más temprano posible, aquellas cosas que corresponden y no dentro de una relación con otros adultos. Pero, más importante aún, debemos también formar los espacios de intimidad y confianza para que ellos puedan refugiarse y hablar, en caso de que sean víctimas.
Los padres tenemos que asumir que ésta es una realidad donde nadie, ningún colegio, del nivel socioeconómico o ubicación geográfica que sea, está libre de este riesgo. Por lo tanto, debiéramos avanzar hacia protocolos de contratación de profesores, personal paradocente y administrativos que sean especialmente rigurosos en exámenes sicológicos. Del mismo modo, el cuidado permanente de los niños más pequeños durante todo el tiempo que permanecen en los establecimientos debe hacerse siguiendo también exigentes protocolos.
Denuncias de este tipo tampoco pueden sorprender a los establecimientos educacionales sin una política clara de cómo enfrentarlas, la que se haga cargo de la relación del colegio con la familia presuntamente afectada, el resto de los niños y sus padres, las autoridades, y el o los presuntos agresores. Da la impresión, a juzgar por lo que se lee en la prensa, que la mayoría de los directivos de los establecimientos educacionales en que han surgido estos casos se han visto sorprendidos: no esperaban que algo así pudiera ocurrirles a ellos y su actuación ha sido errática, generando una verdadera doble victimización para la familia afectada y un golpe brutal en la confianza del resto de la comunidad del colegio. La mejor manera de que esto no suceda es prepararse para estas contingencias; parte del proceso de prevención consiste precisamente en tener fijados los criterios con los que se procederá en el caso de que suceda una denuncia de este tipo.
No puedo sino solidarizar con cada una de las familias afectadas y con su deseo de justicia. Es hora de asumir que cada caso es un llamado urgente a cuidar más de nuestros propios hijos.
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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