¿Qué diría usted si en la Plaza de la Constitución, frente a La Moneda, junto a la bandera chilena flameara una bandera mapuche? Lo probable es que su mente no se demoraría más que unos segundos en cancelar la imagen. Pero ahora intente algo un poco menos osado: encuadre esa misma foto en el frontis de la Municipalidad de Villarrica. ¿Sigue su mente rechazándola?
Le guste o no, eso es lo que puede estar ya sucediendo, luego de que la Contraloría autorizara el uso de este símbolo en reparticiones públicas para "satisfacer una expresión cultural, educativa o artística -entiéndase no política- de la referida etnia". El asunto, sin embargo, como muchos pensarán, es dónde queda eso de que Chile es un Estado unitario, como lo señala la propia Constitución.
Aunque el dictamen de la Contraloría se ampara en una serie de disposiciones legales para justificar su conclusión -que con toda seguridad podría ser disputada en ese mismo ámbito-, la cuestión en disputa plantea un asunto mucho más cultural que legal, más filosófico que jurídico. En realidad, este hecho simbólico nos lleva al viejo y nunca suficientemente zanjado conflicto entre autoridad y libertad que, mirado desde el prisma de las identidades, se traduce en el conflicto entre unidad y diversidad. En otras palabras, la cuestión aquí planteada, y desde luego no abordada por la Contraloría, es qué exigencias mínimas supone ser chileno, o al menos vivir en Chile.
No se trata de una pregunta teórica ni de un asunto abstracto. Por el contrario, es un dilema con el que nos topamos a diario, en múltiples circunstancias. Como padre, ¿qué valores busca usted marcar en sus hijos? ¿Y qué hace cuando uno de ellos se rebela? Como empleado, ¿qué hace cuando en su empresa lo obligan a cantar el himno de la compañía? Sí, ocurre, aunque no lo crea. Como presidente de un partido político, ¿qué hace con un senador de sus filas que vota en contra de un proyecto de ley emblemático que su colectividad ha decidido apoyar?
En todos estos casos se plantea el mismo dilema: ¿qué de nosotros debemos estar dispuestos a ceder para ser parte de un colectivo? E igual por el otro lado: ¿qué debe el colectivo estar dispuesto a ceder para mantener a sus miembros o incluir a otros nuevos?
¿Debe el Estado de Chile estar dispuesto a que la bandera mapuche -para complicar las cosas, hay más de una- flamee junto a la chilena, al menos en la región de La Araucanía? Ya se han dado pasos en este sentido, como permitir que el mapudungun sea enseñado en las escuelas y empleado en instructivos y letreros públicos. Pero, por supuesto, la bandera es algo distinto, es un símbolo patrio, es la representación misma de la identidad nacional. ¿Por qué la libertad de una minoría -étnica o de cualquier otro tipo- debería imponerse sobre la autoridad que representa la mayoría? ¿Por qué permitir una manifestación de diversidad que puede poner en riesgo nuestra unidad nacional?
Con todo, quizás la pregunta que haya que hacerse sea otra: ¿qué en nuestra identidad es esencial y qué es prescindible? Si todo fuese esencial, viviríamos en una permanente guerra civil; si todo fuese prescindible, no seríamos una nación, sino una montonera. La integración supone cesiones -la Unión Europea es un buen ejemplo de ello, y también Sudáfrica, por no mencionar la globalización en sí misma-, para lo cual es bueno dejar de lado temores que se basan en falsos supuestos. Por este camino, de hecho, han transitado en las últimas décadas países como Canadá, Nueva Zelandia y Australia.
Mal que mal, ¿qué catástrofe podría ocurrir si se permite que la bandera mapuche se ice al lado de la chilena en ciertos lugares que son representativos para esa minoría? Quizás sea ése un gesto de reconocimiento de algo que para ellos resulta esencial, a cambio de lo cual les será más fácil ceder en aquello que no les es tanto. A fin de cuentas, la integración se logra trabajando las diferencias, aunque duela, más que escondiéndolas. Y lo mismo vale -hay que decirlo- para las diferencias de clase social.
Saludos,
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