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lunes, febrero 04, 2008

España: ¿Oclocracia electoral?

Oclocracia electoral
«El pueblo quiere siempre su bien,

pero no siempre lo comprende. A menudo se le engaña, y es entonces cuando

desea el mal».

'El Contrato Social', Rousseau



Hace cinco meses el autor de esta columna reflexionó sobre el riesgo para nuestra democracia de convertirse en una oclocracia por las corrupciones plutocráticas y partitocráticas del sistema político español. Hoy, por desgracia, maniobras plutocráticas sobre la masa social española no escasean, como la manipulación de los medios de comunicación, de los planes educativos y de los usos sociales y la moda para borrar del pueblo el espíritu de la 'virtus' romana (amor a la familia, a la religión y a la patria), o como el vasallaje de los líderes políticos a los lobbies de opinión y economía. También abundan conductas partitocráticas, como una dictatorial norma no escrita de sumisión que condena al ostracismo a los que tienen auténtica vocación pública y consagra a cargo del erario público a los mediocres que no hacen sombra al jefe de filas; o, como distinto ejercicio de partitocracia, la actitud de los grupos políticos que impiden la reforma de las actuales Ley electoral y Ley de partidos y obstaculizan su libertad de acción e independencia de los lobbies y agentes económicos que desde la sombra influyen en las agrupaciones políticas por sus fundaciones, organizaciones y campañas. Plutocracia y partitocracia que, con Polibio, encaminan España a una oclocracia donde los políticos esclavizan el Gobierno a los caprichos de la plebe mientras obedecen a los intereses de las elites comunicacionales y financieras.

Oclocracia 'made in Spain' de los líderes políticos haciendo las promesas electorales más burdas, augurando concesiones que contravienen el sentido común, e inventando tópicos que no afrontan las cuestiones esenciales para nuestra democracia y que preocupan al ciudadano (la reforma constitucional que afecte a la Ley de partidos, la Ley electoral, la presencia parlamentaria del voto en blanco, el poder judicial, la monarquía o las competencias educativas, policiales, sanitarias de las autonomías, además de un pacto de Estado para afrontar el paro, la distribución del agua, la inmigración, el terrorismo y el poder autonómico). Oclocracia en la plutocrática manipulación de radios, televisiones, periódicos y grupos de comunicación con la sesgada demagogia informativa y vulgaridad cultural participada a la ciudadanía. Oclocracia y partitocracia en las relaciones entre entidades financieras y fundaciones y partidos políticos: no es casualidad, se insiste, que la reforma de la Ley Orgánica sobre Financiación de los Partidos Políticos sea obstaculizada sucesivamente por los grupos políticos (entre otras razones por la fiscalización de sus fundaciones y el control de sus ingresos con cargo al erario público y privado), que la mayoría de las formaciones políticas acepten condonaciones de sus deudas bancarias, se inmiscuyan en opas y negociaciones entre multinacionales o copen puestos de responsabilidad de cajas de ahorros y organizaciones mixtas designando personas sin más capacitación profesional que su carné político en detrimento de economistas, abogados del estado y profesionales cualificados en la gestión pública, perjudicando el bien común y su imparcialidad y funcionamiento.

Y oclocracia en la demagogia de la actual pre-campaña política, causa de malestar cultural y ético y desencanto, hastío y desinterés de los ciudadanos. Aunque Rousseau sentencia en el Contrato Social que "jamás se corrompe al pueblo", los políticos llevan décadas intentando corromper a la ciudadanía española en masa orteguiana y han metamorfoseado la noble vocación política de servicio y de amor a la patria (virtus) en, como razonaba hace unos días una carta al director en El Diario Montañés, una charlatanería de feria donde los líderes políticos se rifan al elector al ritmo chirlero de ofertas económicas y sociales descabelladas y hasta ofensivas para cualquier votante con sentido común. Despreciando la inteligencia del pueblo, las banalidades demagógicas se suceden en una cascada de necedades y promesas que abarcan desde la devolución de los cuatrocientos euros de la renta de Zapatero hasta el cambio climático de Rajoy pasando por las inconstitucionales amenazas laicistas de Llamazares y Savater o las insaciables apetencias de los nacionalistas radicales y moderados.

Para perjuicio de nuestra democracia, se persiste en los tópicos sin entrar en las soluciones, las ideas se truecan en ocurrencias populistas, el debate de opiniones cae en insultos y burlas, y el intercambio de principios se diluye en una crispación institucional y colectiva que genera inestabilidad ciudadana. Mientras, los medios de comunicación afines a cada partido demonizan a sus adversarios, la banca se enriquece y blinda sus beneficios, y la masa es incapaz de hablar, pensar y reaccionar, apesebrada en el pienso de la ignorancia que los medios y los sucesivos planes académicos han alimentado en España. Los políticos engañan al pueblo español y, con Rousseau, en este engaño late la semilla del mal: la cizaña política que envenena el trigo que es la democracia en España.
Saludos
Rodrigo González Fernández
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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