Una filtración periodística desafortunada, la reacción vehemente del presidente de la Nación y la sensibilidad política que se exacerba por lo general en años electorales fueron los factores que se combinaron para generar un fugaz incidente entre los Estados Unidos y la Argentina. El episodio pudo ser superado con rapidez por la diplomacia del país del norte, que en la primera oportunidad que se le presentó atribuyó lo ocurrido a un malentendido.
Todo comenzó con una carta del embajador estadounidense en Buenos Aires al ministro de Infraestructura denunciando las dificultades que un fondo de inversión de su país tenía para que se le aceptase la oferta por la compra de una parte de la empresa Transener. La información fue difundida por un medio de comunicación que vinculó el hecho con otra carta famosa que un embajador norteamericano de la década pasada había remitido al gobierno de entonces desatando un famoso escándalo conocido como "Swiftgate".
Para no quedar sospechado de corrupción y para devolver presión por presión el Gobierno optó por el ataque como mejor arma defensiva. Echó mano al orgullo nacional y fustigó sin nombrarlo directamente el intento de gestionar los intereses del fondo de inversión. Los propios vinculados con el caso aclararon que es normal que el servicio exterior de los Estados Unidos incluya entre sus obligaciones las actividades de "lobbying" a favor de capitales propios.
Pero en un esfuerzo para no empañar las relaciones bilaterales, los secretarios de Estado que estaban de visita en la Argentina fueron más allá y atribuyeron lo ocurrido a un malentendido. Después de entrevistarse con el presidente argentino elogiaron además el nivel de las relaciones bilaterales al tiempo que atribuían a la Argentina el liderazgo regional en derechos humanos y en la lucha contra el terrorismo. Una forma tal vez exagerada, pero por cierto eficiente, para poner punto final a lo ocurrido.
Quedó por lo tanto en evidencia el interés del Departamento de Estado en fomentar una relación sin roces con nuestro país en un momento en el que la política exterior de la administración republicana está lejos de ser popular en todo el mundo. También la importancia que otorga Washington a la Argentina y Brasil como factores de estabilidad en una región donde el horizonte se está ensombreciendo paulatinamente y países como Venezuela, Bolivia y Ecuador le son francamente hostiles.
RODRIGO GONZALEZ FERNANDEZ
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