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miércoles, febrero 18, 2009

Y tú, ¿cómo me ves?

Y tú, ¿cómo me ves?

Publicado el 18-02-2009 por Pilar Pilar Cambra. Redactora jefe de Expansión.

Sobre el papel teórico, todos convenimos en que uno no es buen juez de sí mismo. Pero, en la práctica laboral, ¿'tragamos' los veredictos ajenos, eh?

Cuenta la leyenda que la fama mundial de bellezón de doña Sara Montiel se ha cimentado en que nunca se ha dejado inmortalizar por un lado que no fuese el bueno; doña Sara no ha sido pillada ni por casualidad en un renuncio ni en un descuido en este aspecto; jamás le ha fallado la sabiduría innata sobre su propia fotogenia... Y, hace poco tiempo, escuchaba y veía yo cómo una veterana, famosísima y ya muy madurita actriz explicaba su método para reconocer ella misma eso que los famosos llaman "el lado bueno" de su rostro...

Ya saben: "¡Oye –le dicen al cámara o al fotógrafo–: ¡este perfil, que es en el que doy mejor!" Según explicaba la atractiva y muy madurita actriz, la clave se halla en examinar una fotografía propia tomada de frente: "Primero tapas con la mano media cara; y, luego, la otra media... Enseguida te darás cuenta de cuál es tu lado bueno"...

El consejo era acertadísimo y, si ustedes hacen la prueba –como yo la he hecho, lo confieso...– comprobarán que, en efecto, las dos mitades de nuestro rostro no son idénticas, como no lo son nuestras manos o nuestros pies... Cosas de la imaginativa mamá Naturaleza, de su inagotable creatividad.

El problema es que este ejercicio de "lado bueno/ lado malo" se ciñe a lo físico... ¡Con lo bien que nos vendría a todos poder fotografiar nuestro interior, nuestras cualidades, nuestros defectos para, por ejemplo, aprovechar al máximo en el trabajo las primeras y corregir los segundos antes de que interfieran malévolamente en la consideración que merecemos a nuestros jefes, colegas y subordinados!... Pero, te pongas como te pongas, es imposible conseguir esa imagen perfecta y sincera de lo óptimo y lo pésimo de nuestro carácter...

En primer y principal lugar porque, por mucho que presumamos de ser jueces implacables de nosotros mismos, siempre tendemos a encontrar atenuantes de nuestras carencias: "yo no soy perezoso... Sólo un poquito lento"; "yo no soy envidioso... Si me fijo mucho en la conducta de los demás es para imitar lo que hacen bien"; "yo no soy un trepa... Admito mi ambición pero, ¿qué tiene eso de malo?"; "yo no soy un pelota... Lo que pasa es que me gusta hacer la vida agradable a los demás con un halago de vez en cuando"; "yo no soy un chismoso... ¡Es que estoy convencido de que es muy buen difundir información entre el máximo número posible de compañeros!" Etcétera...

Lo verdaderamente llamativo es que, de vez en cuando, en un frenético ataque de lo que creemos que es autocrítica, nos lanzamos a ponernos a pingar a nosotros mismos ante ese público de colegas al que tanto debemos y tanto nos quiere... "¡La he pifiado, chicos: he metido la pata hasta el corvejón!... ¡Y es que soy un fuguillas y no me paro a pensar dos veces lo que tengo que decir y lo que no!"; "¡que sí, que sí: que estos días me estoy escaqueando todo lo que puedo porque tengo un perezón como un piano!"; "por favor: no me tengáis en cuenta la bronca que os he echado... Yo sé que, más que genio, tengo muy mal genio de vez en cuando".

¡Qué implacables somos con nuestro lado malo!, ¿verdad?... Pues no... Pensemos por un momento cómo reaccionaríamos –o sea: por qué pared de cabreo monumental treparíamos– si los que nos dijeran "estos días te veo un poco exaltado", o "esta semana no hay quien aguante tu mal humor", o "¡a ver si vamos llegando con un pelín más de puntualidad, que estás un tanto remolón" fuesen los demás... Precisemos: si fuera el jefe quien sacara a relucir el "lado malo" –permanente o temporal– de nuestro carácter, de nuestro modo de trabajar, nos callaríamos, ¡qué remedio! (aunque, por dentro, soltaríamos sapos y culebras); pero, ¿y si es un colega o un subordinado el que nos pone, con toda justicia, las peras al cuarto?... Pues yo creo que, en lugar de agradecerle que nos avise de que nos estamos pasando, le soltaríamos un "¡¡¡y tú, más!!!" airado y vengativo, grande como un piano de cola.

Entonces, ¿dónde queda aquello de "cuatro ojos ven más que dos" que todos tenemos por cierto?... ¿Qué dónde queda?: pues en la teoría, en los libros, en el catálogo de frases que siempre queda bien soltar... Y es una lástima porque, a fuerza de sinceros, todos reconocemos que, en el trabajo, la corrección oportuna nos aprovecha más, mucho más, que el halago –que tampoco viene mal, todo hay que decirlo–...

Yo misma, cuando me pongo 'borde' ante la crítica de mi lado malo, recuerdo la siguiente historia: Pablo Picasso pintó un retrato a la mecenas de arte norteamericana Gertrude Stein; la señora no quedó nada, lo que se dice nada contenta del resultado... "Pero Pablo –le dijo al pintor– ¡si no me parezco en absoluto a la del cuadro!" Y Picasso, impertérrito, le respondió: "Pues a parecerse, señora, a parecerse..." Así, aunque una reconvención me parezca equivocada, exagerada o intempestiva, me repito: "Por si acaso, a corregirte, hija, a corregirte"...


CONSULTEN, OPINEN , ESCRIBAN LIBREMENTE
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en RSE de la ONU
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