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miércoles, diciembre 03, 2008

Kierkegaard y "la cosa"

respsonsabilidad social empresarial

 

Kierkegaard y "la cosa"

Diario Responsable   (Enviado por: Juan José Almagro) , 02/12/08, 14:41 h
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Un amigo mío, filósofo por más señas, cuando vivía lejos de la ciudad, disfrutó durante muchos meses de un animal de compañía poco común que le regalaron casi recién nacido: un hermoso jabalí que se comportaba como perrillo faldero, se dejaba acariciar y acudía a la llamada de mi amigo cuando éste pronunciaba su nombre, Kierkegaard, apellido del gran filósofo y teólogo danés del sigo XIX, precursor del existencialismo e influyente figura del pensamiento contemporáneo.


Además de acompañarlo en sus paseos campestres, como Kierkegaard era muy juguetón, mi amigo estaba prendado con el jabalí; conocía sus hábitos y sus comportamientos, y lo observaba a todas horas, hasta el punto de que llegó a proponer que, en lugar del famoso búho, el jabalí se instaurase como símbolo de los filósofos. Dice mi amigo que coincidencias, razones y argumentos no faltaban: el jabalí, que hociquea permanentemente, busca las raíces; su rabo tiene la forma del signo de interrogación y, finalmente, como los filósofos, siempre está gruñendo.

 

Aunque su propuesta no cuajó, la historia sirve de 'percha' para reflexionar sobre algunos concretos aspectos de la empresa en los duros tiempos que corren, una época a la que, durante algunos meses, como nadie se atrevía a darle su auténtico nombre, crisis con mayúsculas, nosotros la llamábamos 'la cosa', sobre todo para no molestar...

 

Igual que Kierkegaard cuando buscaba las raíces, deberíamos ser capaces de ir al fondo de la cuestión, analizar los porqués, asumir nuestra cuota parte de responsabilidad (que todos tenemos alguna en este mundo que hemos construido), ponernos en cuestión todos los días y, cuando ya hayamos gruñido y llorado suficientemente, 'ir a las cosas', como Ortega recomendaba; es decir, buscar soluciones a los problemas y trabajar, y hacerlo de consuno, hombre con hombro. El futuro siempre está por escribir.

 

Dicen que un organismo es más vulnerable a medida que se hace más complejo. Esta regla de la biología es, probablemente, aplicable a la sociedad contemporánea y también a la empresa, cuya fragilidad va pareja y a la misma velocidad que su desarrollo. Cuando aparece el concepto de 'capital impaciente' estamos en el primer peldaño de la crisis; comprar y vender acciones en un mercado abierto y fluido, con la necesidad de valores en permanente alza, según Richard Sennet, 'redituaba más rápidamente y más abundantemente que el mantener los valores accionarios durante un tiempo prolongado'. Nos pudo el cortoplacismo y el beneficio inmediato y sin límites, y nos olvidamos de todo lo demás.

 

Si quiere ser competitiva y seguir en el mercado, la empresa -y sus dirigentes- debe estar atenta a los cambios sociales y a las preocupaciones de la ciudadanía. La empresa del siglo XXI, merced a la implantación de políticas de Responsabilidad Social, debería entenderse y desarrollarse como una institución que, además de ganar dinero y crear empleo (que son sus obligaciones principales), cumple un servicio público con el adobo de un compromiso social ineludible y creciente. También en tiempos de crisis.

 

Ahora más que nunca, los directivos deben merecer su salario. Y no deben olvidar que la mayoría, la inmensa mayoría, sobrevive con mucho menos de lo que ellos ganan, realizando en ocasiones tareas tediosas y nada fáciles. Es verdad que siempre hay que hacerse valer y tener una retribución que corresponda a nuestro esfuerzo educativo y a nuestro trabajo en la empresa, pero no conviene olvidar (más en tiempos de crisis) a los que no pudieron o tuvieron tanta suerte. Se impone, pues, una conducta ejemplar entre los jefes que, por imprescindible, nunca debiera olvidarse.

 

Hay que ser conscientes de que, sí o sí, tenemos que asumir tareas que antes ni nos ocupaban ni nos preocupaban y de que, juntos, podemos hacerlo. El yes, we can de Obama no es más que la moderna y feliz expresión/síntesis de nuestra olvidada corresponsabilidad solidaria, y del exigible cumplimiento del deber que a cada quien le corresponde; y a cada uno en el ámbito de sus competencias. Los dirigentes empresariales van a tener ahora otros problemas, pero eso no debe quitarles el sueño: si son honrados, están formados, tienen sentido común y no se precipitan, sabrán resolverlos. Los que mandan no reciben al ser nombrados un plus de ciencia infusa. Deben esforzarse cada día en gestionar el error (que no otra cosa es dirigir) y en aprender porque el hábito no hace al monje. Ser jefe no es una cuestión sólo de mérito, sino -sobre todo- de formación y de capacidad, y en tiempos de crisis de aportar sosiego a las organizaciones. No debemos olvidarlo, ni tampoco echar en saco roto aquella sentencia de San Agustín: conócete, acéptate, supérate. Cumplido lo anterior, el fin de 'la cosa' estará más cerca.


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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en RSE de la ONU
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