Interesante artículo largo en The Atlantic, "The connection has been reset", acerca de un tema que trataba precisamente ayer con Krigan, uno de mis comentaristas, en otro hilo de conversación: la llamada Great Firewall of China (GFW) y cómo su eficiencia, tremendamente demostrada a la hora de mantener a los ciudadanos chinos alejados de contenidos que su gobierno no quiere que vean, no se basa en un derroche de tecnología, sino simplemente en convertir el acceso en incómodo y en promover la auto-censura.
El asunto está siendo de rabiosa actualidad, por un lado, por la brutal represión de los movimientos insurgentes en Tibet que ha llevado al gobierno chino a censurar infinidad de sitios de vídeo y noticias desde donde puede accederse a dicha información y, por otro, la inminente llegada de unos Juegos Olímpicos de Beijing que atraerán a millones de visitantes extranjeros que pretenderán, en muchísimos casos, hacer un uso normal de Internet desde China.
Y en ese aspecto es donde precisamente se encuentra la clave del asunto: uso normal de Internet. En mis estancias en China, mi experiencia como usuario hiperactivo de la red ha sido precisamente esa: ni los lugares bloqueados parecen realmente tantos, ni son tan difíciles de superar para acceder a sus contenidos. En la mayor parte de los casos, el uso de un simple proxy o una VPN (fácilmente disponibles y anunciadas en China por unos $40 al año), te permite acceder a lo que quieras en cada momento. Incluso si no quieres plantearte ese tipo de alternativas, el simple uso de trucos como el utilizar el servicio de traducción de Google como proxy o el forzar una conexión segura añadiendo "s" al "http" en la conexión te permite acceder a muchas cosas: en mi primera visita, con mi página todavía en Blogger y con Blogger bloqueado desde China, pude mantener perfectamente mi ritmo diario de actualización con este tipo de trucos. Si una empresa, un particular, un estudiante o un hacker necesita acceso a la totalidad de la web desde China, obtenerlo no resulta especialmente problemático: de hecho, muchas empresas instalan VPNs como única posibilidad de moverse normalmente por la red o hacer negocios en ella. No hacerlo implica encontrarse varias veces al día con mensajes de tipo "The connection has been reset" o "Site not found", aunque estos sitios aparezcan regularmente en páginas de resultados y no tengan aparentemente ningún contenido político.
La primera impresión al llegar a China, por tanto, no es de censura, sino de aparente libertad. Una sensación que se acrecentará durante las Olimpiadas, dado que el gobierno ha dado órdenes de proveer de conexiones "libres" a sitios de Beijing como hoteles y cibercafés frecuentados habitualmente por turistas y reporteros. Pero el sistema está cuidadosamente diseñado, y resulta muy eficiente. Empecemos por decir que en general, el acceso a Internet en China es más bien lento: pocas vías de conexión desde el exterior, un volumen elevadísimo de usuarios y unas infraestructuras en general colapsadas llevan a aceptar la lentitud como parte del sistema. Cada una de las conexiones internacionales están monitorizadas, controladas mediante tappers o network sniffers, y convenientemente mirrorizadas para su control (tengamos en cuenta, no obstante, que la mayor parte del tráfico en China es interno: para la grandísima mayoría de los usuarios, el exterior o el contenido escrito en idiomas diferentes simplemente no existe) mediante routers especiales inicialmente diseñados y suministrados por Cisco, pero hoy ya fabricados en la propia China por empresas como Huawei. Es en ese nivel donde se produce el primer escalón de censura: el bloqueo de DNS. Los sitios bloqueados en su integridad (BBC, CNN, Wikipedia
) o temporalmente (Google, por ejemplo, es bloqueado en ocasiones) lo son mediante este procedimiento.
El segundo escalón de censura ocurre en la fase de conexión: si la DNS te responde porque no está en la "lista de bloqueos oficiales", pero sí está incluida en una lista negra interna de IPs bloqueadas, los routers se interponen en la fase de conexión enviando comandos de reset a ambos lados de la conexión, provocando los mencionados mensajes de "The connection has been reset" o "Site not found". Es el procedimiento utilizado, por ejemplo, con plataformas como Blogger o WordPress: los sitios aparecen en búsquedas normales hechas desde China, pero al hacer clic en ellos, no se puede obtener su contenido.
El tercer escalón es más expeditivo: el filtrado de términos a nivel de URL, que provoca que determinadas páginas en cuya dirección se encuentran una serie de palabras en múltiples idiomas que son constantemente revisadas sean objeto de bloqueo mediante el llamado black hole loop, una secuencia circular de redirecciones. En este caso, Firefox devuelve el mensaje "The server is redirecting the request for this address in a way that will never complete", y la conexión no puede establecerse.
Finalmente, un cuarto escalón revisa contenidos directamente dentro de las páginas. En este caso, el proceso de censura se inicia con la primera petición de la página, que llega al mismo tiempo al solicitante y al sistema de mirroring. Si la inspección detecta contenidos prohibidos en esta página, introduce una ruptura en esa conexión, e impide temporalmente el acceso a otras páginas de ese sitio. El sistema impone entonces una serie de bloqueos progresivos de dos, cinco, treinta minutos y una hora cada vez que el usuario vuelve a intentar esa conexión, y lo pone progresivamente "en observación", algo peligroso teniendo en cuenta que en China, la mayoría de las conexiones sí identifican al usuario de manera efectiva (es preciso identificarse para acceder a una conexión en, por ejemplo, un cibercafé). Las últimas noticias apuntan a que, además, este sistema se ha empezado a utilizar recientemente al revés, es decir, para bloquear el acceso a contenidos situados en China a usuarios situados en el exterior.
Si quieres saltarte el sistema, puedes, pero la disponibilidad de proxies y VPNs sigue precisamente la jerarquía económica que el gobierno pretende: para un expatriado, un periodista o una empresa, el coste es suficientemente bajo como para planteárselo. Pero para un trabajador chino, puede suponer el salario de una semana. En el fondo, lo que pretende el sistema no es que los ciudadanos chinos no accedan a determinados contenidos, sino que el hacerlo sea tan sumamente pesado e intenso que, simplemente, no quieran hacerlo. Si acceder a la información exterior se convierte en una tarea pesadísima, los ciudadanos chinos, que ya de por sí tienden a estar interesados en lo que ocurre dentro de su gigantesco país, mirarán dentro, donde los sistemas sociales de control tradicionales siguen actuando como siempre. Internamente, la censura no es un problema: si alguien escribe algo inconveniente, su propio proveedor, ante la iminnencia de la actuación gubernamental, lo censurará directamente.
Poniendo esta situación en contexto, los ciudadanos chinos, con censura y todo, siguen sintiéndose comparativamente más libres que en épocas históricamente muy próximas, de manera que aceptan la situación y no levantan la voz en exceso. Lo que está fuera, simplemente, no es interesante, y no vale la pena ni el trabajo extra, ni mucho menos el riesgo. Durante cuánto tiempo se podrá mantener la situación de esa manera, si es una cuestión de aumento progresivo del nivel de cultura e información o de paso de sucesivas generaciones, es algo que resulta hoy mismo imposible de saber.