En el año 1919 el pensador alemán Max Weber dictó una conferencia en la que expuso conceptos básicos de la política en aquel contexto histórico, entre los que destacan las cualidades del político profesional y la relación existente entre la política y la ética.
Decía que tres son las cualidades decisivas para el político: "el político debe tener: amor apasionado por su causa, ética de su responsabilidad, mesura en sus actuaciones".
Asimismo, al reflexionar respecto de la relación entre la política y la ética, distingue en esta última dos tipos: la ética de las convicciones y la ética de la responsabilidad.
Afirmaba que la primera de ellas, mueve al individuo a realizar sus acciones en persecución de unos determinados valores o ideales de una manera absoluta; el político pretende con sus acciones mostrar la validez que sus ideales tienen para él, lo que le puede llevar al sacrificio de su propia persona en aras de sus ideales.
La ética de la responsabilidad por el contrario, se basa en la evaluación de las consecuencias de las propias acciones. El político que se guía por este tipo de ética, toma en consideración los efectos que previsiblemente van a tener sus acciones.
Weber concluye que aunque ambos tipos de ética se encuentran entre sí en una contraposición irresoluble, no quiere decir esto que la "ética de las convicciones" signifique falta de responsabilidad, ni que la "ética de la responsabilidad" sea idéntica a falta de convicciones o principios. Para este pensador, ambos tipos de ética aparecen como complementarias. Personalmente, estoy convencida de que así es.
Al recordar las posiciones de Weber, algunos de los lectores tendrán en mente que más allá de los debates filosóficos -que por supuesto son importantes- la política en la actualidad es una actividad demeritada ante los ojos de los ciudadanos, quienes no encuentran en muchos de sus actores la característica que el sentido común indica para quien dice servir a los demás: resolver los problemas de la comunidad y dar resultados a la sociedad.
La política es una de las actividades sociales más demeritadas en México, vista –cada vez más- como sinónimo de abuso, irresponsabilidad, corrupción, improvisación, ineficiencia, incapacidad, botín, nepotismo, traiciones, deslealtades, cinismo, etc..
Dicha actividad tiene mala fama -y bien ganada- ante lo que se muestra de ella públicamente y lo que se conoce además, de boca en boca.
En opinión de la mayoría de los ciudadanos, los políticos de nuestro país, no se distinguen ni por su ética, ni por su responsabilidad.
Por ello, muchos mexicanos, asqueados y decepcionados, han optado en rechazar y promover el rechazo a la política.
Sin embargo, el demérito de la política no puede ni debe soslayarse por la sociedad entera; debe encararse, simplemente porque, por una parte, la política es reflejo de la sociedad y, por otra parte, y tal vez la de mayor peso, la política es la actividad especializada de la que derivan las decisiones más importantes para la vida pública del país, es decir, las decisiones que afectan de manera positiva o negativa la vida de todos y cada uno de nosotros.
Así lo decía Don Carlos Abascal: "Es necesario recuperar la dignidad de la política como ciencia, arte y virtud que tiene por objeto el acceso al poder y su uso para la justicia social y el bien común."
Pero, además, en esta coyuntura de diversas problemáticas sociales que enfrentamos, resulta indispensable que cada uno de nosotros contribuya a mejorar nuestro entorno, con nuestra actividad cotidiana realizada responsable, profesional y honestamente, pero también, con una actitud cívica de exigencia a quienes desde el poder público, no hacen lo que les corresponde.
Las dos cosas son apremiantes en este momento en México: sociedad y clase política actuando con ética y responsabilidad, ¿no lo crees?