En el plenario de las Naciones Unidas, el Mandatario habló "en representación de Chile, un país muy alejado en el mapa, pero habitado por un pueblo cercano, solidario y fraterno, con una geografía angosta, pero con un corazón grande y generoso".
Señaló que pese a la adversidad marcada por el terremoto del 27 de febrero "la generación del Bicentenario está hoy en condiciones de cumplir lo que fue el sueño de nuestros padres y abuelos: lograr que antes que termine esta década nuestro país sea capaz de derrotar la pobreza y el subdesarrollo", para lo cual detalló los tres pilares básicos: democracia estable y participativa, una economía social de mercado abierta al mundo que apueste por el emprendimiento, y un Estado fuerte y eficaz en la lucha contra la pobreza y en la promoción de una mayor igualdad de oportunidades.
También se refirió a las iniciativas impulsadas por su administración para encontrar caminos de diálogo con los pueblos indígenas y contribuir en su verdadero desarrollo, subrayando que "por siglos no hemos dado a nuestros pueblos originarios las verdaderas oportunidades que ellos merecen y necesitan".
Un discurso de casi 18 minutos pronunció esta tarde el Presidente de la República, Sebastián Piñera, ante a la 65ª Asamblea General de las Naciones Unidas, ocasión en la que destacó los principales desafíos que ha enfrentado su Gobierno, como el terremoto del 27 febrero y el rescate de los 33 mineros que permanecen atrapados en la región de Atacama, junto a las metas en materia de crecimiento y desarrollo, haciendo énfasis en la creación de una sociedad de igualdades y oportunidades para todos los chilenos.
El Jefe de Estado dedicó parte de su discurso a detallar las iniciativas que impulsa su Gobierno para encontrar caminos de diálogo y solución a las demandas de los pueblos originarios, partiendo por el reconocimiento constitucional, además de la agenda de Reencuentro Histórico y el Plan Araucanía.
Resaltó además que "el ejemplo, el coraje y la perseverancia de nuestros 33 mineros van a iluminar los caminos del futuro".
A continuación, el discurso completo del Presidente de la República pronunciado en la Asamblea General de Naciones Unidas con sede en Nueva York, Estados Unidos:
Señor Presidente, señoras y señores:
Quiero empezar dando nuestras más calurosas congratulaciones al señor Presidente por su elección para dirigir los trabajos de este sexagésimo quinto período de sesiones plenarias de la Asamblea General de Naciones Unidas. Sus cualidades personales y profesionales son garantía de éxito en sus importantes tareas que deberá desempeñar.
Señor Presidente:
Yo vengo hasta este estrado en representación de Chile, un país muy alejado en el mapa, pero habitado por un pueblo cercano, solidario y fraterno. Con una geografía angosta, pero con un corazón grande y generoso.
Un país físicamente cercado, rodeado por un árido desierto en el Norte, por una majestuosa Cordillera en el Este, por un inmenso mar en el Oeste y por la magnífica Antártica en el Sur.
Pero a pesar de ello, es un pueblo con un permanente e irrenunciable compromiso y vocación de integración al mundo.
Un país que, como muchos otros, conoció la división y el desencuentro entre sus hijos, pero que hoy día se encuentra plenamente unido y reconciliado.
Un país con una naturaleza indomable y telúrica, pero con una voluntad y temple inquebrantable.
Un país de guerreros y de héroes, pero que ha gozado de una paz ininterrumpida durante los últimos 130 años.
Un país joven, pero con instituciones centenarias, que mira el presente con confianza y el futuro con optimismo.
Y un país que hoy día está viviendo tiempos históricos, dramáticos y de enormes oportunidades.
Históricos, porque hace sólo 5 días conmemoramos los 200 años de nuestra Independencia, y abrimos las puertas al tercer siglo de nuestra vida republicana.
Y lo hicimos como una gran familia, homenajeando a una misma bandera, honrando a los mismos héroes, cantando el mismo Himno Nacional, cualesquiera fueran nuestras ideas políticas, credos políticos, orígenes étnicos o situaciones económicas.
Pero, señor Presidente, Chile también está viviendo tiempos dramáticos, de adversidad y de tristeza.
Hace pocos meses nuestro país sufrió el embate de uno de los 5 peores terremotos en la historia conocida de la humanidad, el que fue seguido por maremotos que asolaron nuestras costas: 521 compatriotas perdieron la vida, muchos de ellos siguen desaparecidos; más de 2 millones de chilenas y chilenos fueron damnificados; ciudades y pueblos enteros fueron arrasados; centenares de hospitales, consultorios, puentes, puertos, quedaron inutilizables; 1 millón 250 mil niños, uno de cada tres quedaron impedidos de regresar a sus escuelas, porque éstas resultaron derrumbadas o con graves daños.
El daño total alcanzó a una cifra cercana a los 30 mil millones de dólares, lo que representa el 18% de nuestro Producto Nacional. Sin duda, la mayor catástrofe y el mayor perjuicio patrimonial que nuestro país haya conocido en sus 200 años de historia independiente.
Pero de estas ruinas, se alzó un pueblo solidario y fraterno. En sólo 45 días todos los niños y jóvenes estaban de vuelta en sus escuelas; en sólo 60 días se había reestablecido un servicio digno y eficaz de atención de salud en las zonas afectadas. En sólo 90 días habíamos construido más viviendas de emergencia que en toda la historia anterior de nuestro país. En 100 días habíamos reestablecido íntegramente la conectividad, habilitando total o parcialmente los puertos, los aeropuertos, las carreteras, los puentes y todo aquello que había sido destruido por el terremoto. Y en 120 días, nuestra economía logró recuperar la capacidad de crecer y de crear trabajo, con más fuerza que nunca.
Sin duda, la reconstrucción está recién empezando y va a tomar años de esfuerzo, pero en esta tarea no descansaremos hasta reconstruir la última escuela, el último hospital o la última vivienda destruida.
Porque un país como Chile, que ha sido forjado en la adversidad, el rigor y el trabajo, por duras que sean las crisis y por dolorosas que sean sus consecuencias, siempre entiende que representan una oportunidad, la oportunidad de construir todos juntos un país mejor.
Pero además de históricos y dramáticos, éstos son tiempos de grandes oportunidades, porque esta generación de chilenos, la generación del Bicentenario, está hoy día en condiciones de cumplir lo que fue el sueño de nuestros padres y de nuestros abuelos, que siempre acariciaron, pero nunca lograron, que es lograr que antes que termine esta década, nuestro país sea capaz de derrotar la pobreza, derrotar el subdesarrollo y crear oportunidades de desarrollo material y espiritual para todos sus hijos, como Chile nunca antes ha conocido.
¿Cómo lo haremos?
En primer lugar, fortaleciendo los tres pilares básicos para que el desarrollo germine y las oportunidades florezcan: una democracia estable, participativa, transparente y vital, en lo político; una economía social de mercado abierta al mundo y que apueste por el emprendimiento, la innovación y la imaginación de sus ciudadanos en lo económico; y un Estado fuerte y eficaz en la lucha contra la pobreza y en la promoción de una mayor igualdad de oportunidades, en el ámbito social.
Pero para construir sobre roca y no sobre arena, lo anterior no basta. En los pilares de la sociedad del conocimiento y la información, tenemos que fortalecer, y estoy pensando en el desarrollo del capital humano, que es la mayor riqueza de la cual disponemos; en el fomento de la innovación y el emprendimiento, que son los únicos recursos naturales verdaderamente renovables e inagotables; en la inversión en ciencia y tecnología, que va a abrir las oportunidades insospechadas en este futuro que todos enfrentamos; en la promoción de instituciones y mercados más flexibles y más dinámicos, para enfrentar el cambio y las oportunidades que esta modernidad nos pone frente a nuestros desafíos.
Y por esa razón, señor Presidente, hace casi 65 años, Chile, junto a otros 50 países, concurrió a la formación de Naciones Unidas, cuyo objetivo era mantener la paz, la seguridad y la cooperación internacional.
Era el período de la postguerra, en que nuestro planeta se encontraba cruzado y dividido por dos muros. Uno, la cortina de hierro, que corría de Norte a Sur y que separó al mundo, durante mucho tiempo, en bandos irreconciliables, cada uno de ellos con capacidad bélica para destruir muchas veces nuestro planeta.
Pero también había otro muro, que corría de Este a Oeste, y que apartaba a los países ricos y prósperos del Norte, de las naciones pobres y subdesarrolladas del Sur.
Ambos muros se derrumbaron ante nuestros propios ojos, junto con el ocaso del siglo XX. El primero, el de Berlín y Europa Central, y el segundo se derrumbó en Silicon Valley, en Bangalore, en Singapur, en Nueva Zelandia y en los grandes centros tecnológicos alrededor de todo el mundo.
Pero el derrumbe de estos muros dejó al descubierto un tercer muro, tal vez menos visible que los anteriores, pero tanto o más nocivo y perjudicial. Un muro que ha cruzado desde siempre a nuestros países y a nuestros pueblos, separando a los espíritus viejos, que viven de la nostalgia y que le temen al futuro, de aquellos espíritus jóvenes, creativos y emprendedores que abrazan el futuro sin temores y que confían siempre en que lo mejor está todavía por venir.
Este muro, señor Presidente, impidió que muchas de nuestras naciones se sumaran a la revolución industrial en el siglo XIX. Y eso explica que aún seamos países subdesarrollados, mientras que otros, los menos, lograron derribarlo a tiempo y supieron incorporarse a esa revolución.
Pero hoy día, señor Presidente, estamos enfrentando una nueva revolución, más potente y más trascendente que la industrial, la revolución de la sociedad del conocimiento, la tecnología y la información, que ya está golpeando nuestras puertas hace varios años y que será muy generosa con los países que quieran abrazarla, pero tremendamente indiferente, e incluso cruel, con aquellos que la ignoran o simplemente la dejen pasar.
Y por eso, para profundizar nuestra integración y gobernar de mejor manera la globalización, y evitar que ésta sea la que nos gobierne a nosotros, las crisis deben ser enfrentadas de otra manera.
Las crisis financieras han dejado de representar un problema nacional, para adquirir implicancias regionales y muchas veces globales.
Los males de la sociedad moderna, como el terrorismo, el narcotráfico, el crimen organizado, ya no conocen fronteras, ni territorios, ni jurisdicciones, y cualquier intento por enfrentar con eficacia el calentamiento global, o las catástrofes naturales, o las emergencias sanitarias, el hambre o la pobreza extrema, van a requerir de una acción mucho más atenta, concertada y eficaz de la comunidad de naciones.
Por eso, señores delegados, esta Organización de las Naciones Unidas, así como muchas otras instituciones surgidas del consenso de Bretton Woods, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, requieren, y con urgencia, una modernización y una adaptación a los nuevos tiempos si quieren cumplir un rol protagónico y no ser meros espectadores de los eventos de los cuales vamos a ser testigos y protagonistas, que son los cambios que este nuevo siglo ya está trayendo.
Y tal como el año 1945, cuando Chile concurrió a la formación de esta Organización de Naciones Unidas, y con la autoridad que nos da el haber participado activamente en todas y cada una de sus instancias, operaciones de paz y misiones humanitarias, hoy queremos participar también en el impulso y promoción de la gran reforma y modernización que las Naciones Unidas y el orden internacional requieren, creando una institución mucho más exigente y eficiente en materia de objetivos y expectativas, más flexible y eficaz en su estructura, más firme y comprometida en la defensa de los ideales permanentes para los cuales fue creada. En suma, una Organización de Naciones Unidas que esté a la altura de los desafíos y necesidades del siglo XXI, que todos sabemos son la paz verdadera, el progreso sustentable y el respeto a la dignidad de todos quienes habitan nuestro planeta.
Estas reformas, señores delegados, requieren modernizar el Consejo de Seguridad, de manera de hacerlo más plural, más representativo de la nueva realidad del mundo, para lo cual reiteramos nuestro llamado de apoyo a incorporar a nuevos países que están emergiendo, como es el caso de Brasil, en nuestro Continente.
Quiero aprovechar también esta ocasión para felicitar muy sinceramente a mi antecesora en la Presidencia de Chile, Michelle Bachelet, por su reciente designación como Secretaria Adjunta de las Naciones Unidas para asuntos de la Mujer, y expresar mi orgullo, y el de todo mi país, por el hecho que sea una compatriota quien encabece este esfuerzo mundial por avanzar hacia una mayor igualdad entre hombres y mujeres. Y estoy seguro que con sus cualidades humanas y profesionales, va a saber llevar con brillo y con eficacia este liderazgo y esta misión.
Queremos también reafirmar nuestro compromiso con los principios que han regido y orientado por siempre nuestra política exterior.
Entre ellos destaco el respeto irrestricto al derecho internacional, la inviolabilidad de los tratados, la igualdad jurídica de los Estados, la solución pacífica de las controversias, la autodeterminación de los pueblos, los cuales sin duda constituyen bases esenciales para la estabilidad internacional y coexistencia pacífica entre los países.
También recordar la promoción de la democracia y el respeto a los derechos humanos, en todo tiempo, en todo lugar y en toda circunstancia, como nuestro compromiso permanente con el multilateralismo y el regionalismo abierto en nuestra región, de forma tal de promover una economía más constructiva, de mayor colaboración entre los países del mundo y de nuestra región.
Chile no va a renunciar nunca a alzar su voz en todas las instancias y foros cuando estos principios se vean afectados.
Señor Presidente:
He traído también conmigo, un verdadero reconocimiento que quiero expresar hoy día ante Naciones Unidas a nuestros pueblos originarios, los pueblos que habitaron nuestras tierras miles de años antes que llegaran los descubridores y conquistadores europeos.
Nosotros nos sentimos muy orgullosos de ser una nación multicultural, pero reconocemos que por siglos no hemos dado a nuestros pueblos originarios las verdaderas oportunidades que ellos merecen y necesitan.
Y por ello estamos promoviendo en nuestro país el reconocimiento constitucional de todos nuestros pueblos originarios, dejando atrás la estrategia de la asimilación, para seguir la estrategia de la integración, respetando, valorando y protegiendo su idioma, su cultura, sus tradiciones, que son parte de la riqueza más profunda de nuestro país.
Además, junto a esta constitución, hemos constituido una mesa de diálogo integrada por el Gobierno, las Iglesias, la sociedad civil y nuestros pueblos originarios, particularmente el pueblo mapuche, en el cual vamos a reforzar la agenda del Reencuentro Histórico, con la iniciativa más poderosa que nunca se haya realizado en Chile en esta materia, que es el Plan Araucanía.
Señor Presidente:
Yo quisiera también recordar que hace semanas atrás un escalofrío recorrió mi país. El mundo entero se conmovió cuando una roca de más de 1 millón de toneladas dejó atrapados en las profundidades de una montaña en el desierto de Atacama, a 33 mineros.
A partir de ese instante, nuestro Gobierno, nuestro país se comprometió en cuerpo y alma, volcando sus mejores esfuerzos para iniciar las tareas de búsqueda y rescate. Y después de 17 días angustiosos, logramos llegar hasta donde estaban ellos y recibir ese mensaje que llenó de alegría el corazón de todos mis compatriotas, cuando dijeron "estamos bien en el refugio los 33".
Y creo, señor Presidente, que representa una paradoja que en nuestro país hayamos luchado tanto por salvar las vidas de los 33 mineros y tengamos, simultáneamente, a 34 comuneros mapuches que atentan contra sus propias vidas, a través de una huelga de hambre.
Por eso quiero terminar diciendo a esta Asamblea que el ejemplo y el coraje y la perseverancia de nuestros 33 mineros van a iluminar los caminos del futuro, porque el futuro es siempre una aventura: para los pesimistas significa temor, para los escépticos significa dudas, pero para los hombres y mujeres de buena voluntad, significa siempre desafíos y oportunidades que debemos enfrentar juntos para construir un mundo mejor que el que heredamos de nuestros padres y que tenemos la obligación de legar a nuestros hijos.
Y este desafío, amigas y amigos, es para nosotros y es ahora. Porque si no es ahora, ¿cuándo? Y si no somos nosotros ¿quién?
Muchas gracias señor Presidente.