SANTIAGO, Chile (AP) .- Pese a contar con el desierto más soleado del mundo, vientos privilegiados y abundantes recursos hídricos para producir energías limpias, Chile enfrenta una crisis energética que plantea un enorme desafío para la Presidencia de Michelle Bachelet.
La mandataria deberá lidiar con una prolongada sequía y un fuerte movimiento de defensa del medio ambiente que acude a menudo a los tribunales y frena iniciativas de desarrollo.
Esa combinación de factores pone en riesgo las inversiones, la producción y el crecimiento económico.
Mientras la demanda energética de las mineras, el motor de la economía, sigue creciendo, la oferta se mantiene estancada. La capacidad instalada chilena ronda los 18,000 megawatt/hora y, según los expertos, es necesario duplicarla a 2030.
Joaquín Villarino, presidente ejecutivo del consejo que agrupa a las grandes mineras, dijo que “en el tema energético hay una deuda país para toda la industria y creo que si eso no se soluciona, vamos a tener problemas”.
“El nuevo gobierno tiene que pasar a la acción de inmediato, ya no hay tiempo para hacer estudios”, dijo a la Associated Press Carlos Finat, director ejecutivo de la Asociación Chilena de Energías Renovables (Acera).
Una sequía que entró a su quinto año disminuyó la generación eléctrica con agua y aumentó la producción con carbón, gas y diésel, lo que causó en enero un alza de más del 50% en los precios de producción, agravada por el hecho de que Chile importa casi todo el combustible fósil que utiliza.
La paralización de proyectos por orden judicial derivada de la movilización de sectores ambientalistas, por otro lado, ha retrasado el desarrollo de termoeléctricas, de algunas hidroeléctricas menores e incluso han paralizado algunas que ya funcionaban. La situación se conoce en Chile como la “judicialización” de la energía.
La estrechez se arrastra desde que Argentina empezó a recortar hace una década la entrega de gas natural a Chile debido a una crisis energética, hasta interrumpir totalmente el suministro. A esto se sumó una falta de inversión chilena en el sector eléctrico.
Los ambientalistas se oponen a las centrales eléctricas porque, según ellos, interfieren con el medio ambiente y el hábitat de la fauna local.
El movimiento, que vota en contra de todo candidato que no apoya las energías renovables, ha alcanzado una fuerza tal que en el 2011 reunió a más de 80,000 personas en una manifestación contra una central hidroeléctrica promovida por el saliente presidente Sebastián Piñera en el sur del país, la Hidroaysén, un proyecto que está paralizado.
A Piñera le tocó enfrentar de lleno la paralización de proyectos energéticos en respuesta a las presiones de ambientalistas y se esforzó por impulsar las energías limpias al promulgar leyes como una que establece que para el 2020 el 20% de la matriz energética debe provenir de los vientos, el sol, los volcanes y que permitirán a los generadores de Energías Renovables No Convencionales, o ERNC, participar en licitaciones u otra que unirá los sistemas de transmisión de electricidad central con el del norte para intercambiar energía. También licitó terrenos fiscales para proyectos eólicos, entre otras medidas.
Varias de sus iniciativas, no obstante, tropezaron con la oposición de los ambientalistas y el mandatario le deja a Bachelet un panorama extremadamente complejo.
“Si no actuamos con medidas urgentes también de largo plazo, nuestra economía podría verse seriamente afectada,” reconoció Bachelet.
La presidenta electa dice que le dará prioridad al tema, pero de momento no hay propuestas concretas.
Pese a ser partidaria de las energías limpias, durante su anterior mandato, 2006-2010, aprobó la construcción de más de 40 termoeléctricas y ahora se opone al proyecto Hidroaysén por considerarlo “no viable”.
Chile no es el único país de la región con problemas energéticos. Los de Argentina quizás sean más serios porque, teniendo los recursos, no se explotan por falta de inversiones y gastan millones de dólares anuales en la importación de hidrocarburos, mientras en Perú los combustibles fósiles proporcionan el 77% de la energía, y la biomasa aporta un 13%.
Colombia, en cambio, se abastece con centrales hidroeléctricas, mientras que en Brasil el 68% de la energía es hidroeléctrica, el 20% es no renovable, incluida la nuclear, y el resto es no convencional. En Ecuador y Uruguay la mayor parte de la matriz también se basa en el agua.
El debate en torno al tipo de energías a promover, no obstante, es particularmente virulento en Chile y se perfila como una papa caliente para el gobierno de Bachelet.
María Isabel González, ex secretaria ejecutiva de la Comisión Nacional de Energía, dijo a la AP que los únicos recursos energéticos importantes del país son la hidroelectricidad y la energía solar.
“No podemos desechar la posibilidad que tenemos de explotar nuestros recursos hídricos”, agregó, aludiendo al hecho de que la producción hidroeléctrica es hoy mucho menor que la de la década de 1990, cuando llegó a generar un 70% de la energía requerida por el país. Ese porcentaje se redujo a un 18% en enero por una serie de factores, incluida la seguía. La compra de gas argentino batato incentivó la construcción de termoeléctricas, que llegaron a satisfacer más del 60% de las necesidades en el 2013. Al cortarse el gas, fue reemplazado por carbón y diésel. Más tarde se sumó el gas importado de países asiáticos. La situación de uso de combustibles fósiles se agudizó con una sequía que afecta al centro sur chileno hace cinco años.
René Muga, líder de la Asociación de Generadoras de Chile, quien quiere darle nuevo impulso a la energía hidroeléctrica, opinó que las ERNC “no son una alternativa” a la hidroelectricidad o a la generación termoeléctrica, porque no tienen capacidad de producir la cantidad de energía que se necesitará en los próximos años y porque sólo pueden producir en forma intermitente, cuando hay viento o sol en el desierto.
Finat, sin embargo, está convencido de que las energías nuevas, “no son un parche, no son un complemento caro, sino la alternativa que puede instalar capacidad de generación en plazos muy cortos”, cercanos a los dos años, contra los seis años en promedio que demora una termoeléctrica.
Las energías nuevas presentes en Chile son la eólica, las minihidroeléctricas inferiores a 20 MWh, la biomasa, de materias orgánicas renovables y, en menor proporción, la solar. Juntas bordean el 6% de la matriz energética, pero para el 2025 deberían ser el 20%, según una ley aprobada recientemente.
Chile cuenta con el desierto de Atacama, en el norte del país, que es parte del llamado cinturón solar de la tierra junto a los desiertos de Mojave (Estados Unidos), Sonora (México) y el Sahara (Africa), entre otros. Tienen asimismo vientos distribuidos a lo largo del país, incluido Chiloé, en el sur, que es “una zona bendita por los vientos”, según Finat.
En zonas del extremo sur se han desarrollado parques eólicos y hay otros proyectados en el centro-sur. En el futuro, por otro lado, debería cobrar impulso la geotermia porque en Chile hay unos 3,000 volcanes, de los cuales 500 están activos.