LA TRANSICIÓN DEL BICENTENARIO
Categoría: Blog, Centro de Prensa
El 5 de octubre de 1988 fue un día largo y de profundas emociones para Chile. Ese día el país se vio enfrentado a una encrucijada histórica y tuvo que optar entre dos caminos: prolongar por ocho años un régimen militar, que si bien hizo importantes modernizaciones que se mantienen hasta hoy, significó también dolor y sufrimiento para muchos compatriotas, o dar el paso valiente y audaz de tomar un lápiz y votar por el camino más rápido, directo y pacífico a la democracia.
La mayoría de los chilenos pensábamos que el camino más corto a la democracia era lo mejor para Chile, y por eso trabajamos y votamos con entusiasmo por el No.
Lo hicimos convencidos de que la democracia era nuestra forma natural de vida y convivencia y que, después de 17 años de gobierno militar, Chile no sólo estaba preparado para ella, sino que la necesitaba tanto como el aire que respiramos. Y también, porque sabíamos que cuando un grupo se eterniza en el poder, cualquiera sean sus intenciones y orientación, inevitablemente devienen la fatiga, los abusos y la incompetencia.
Recuerdo perfectamente bien que en ese tiempo muchos de mis amigos y de quienes hoy me apoyan no compartieron mi decisión. Pero la mantuve a firme. Así entiendo el liderazgo: defender con fuerza lo que uno cree mejor para Chile, aun a riesgo de contrariar a los propios adherentes.
Normalmente el paso desde un gobierno autoritario a uno democrático se hace en un ambiente de revolución, con caos político, crisis económica y violencia social. Pero en 1988 los chilenos tuvimos la sabiduría y grandeza de aprender de nuestros propios errores, fijar la vista en el futuro y poner por delante lo mucho que nos unía por sobre nuestras legítimas diferencias.
Contamos también con el patriotismo y la altura de miras de políticos notables a quienes les debemos mucho, como Patricio Aylwin, Edgardo Boeninger, Gabriel Valdés, Francisco Bulnes, Sergio O. Jarpa y Ricardo Rivadeneira. Con orgullo hoy podemos decir que en Chile todos, civiles y militares, gobierno y oposición, hicieron su aporte para hacer una transición que en muchos sentidos fue ejemplar.
Pero ésa es la transición vieja, la transición antigua. El Sí y el No, gracias a Dios, quedaron atrás y ya son parte de la historia. Veintiún años después Chile nuevamente se ve enfrentado a una encrucijada, y en pocas semanas más deberá optar entre seguir a media máquina, como está ahora, o iniciar con fuerza y voluntad una nueva transición: la transición joven, la transición del cambio, el futuro y la esperanza.
Una transición de unidad nacional, en que sólo habrá vencedores y no vencidos, y que nos permitirá a todos celebrar nuestro verdadero Bicentenario, el año 2018, como el primer país de América Latina que logra superar la pobreza, el subdesarrollo y crear verdaderas oportunidades para todos.
Sabemos que los países que progresan son aquellos capaces de enmendar a tiempo el rumbo cuando éste se desvía. Sin perjuicio de reconocerle sus logros, sabemos también que la Concertación de hoy no es la de ayer.
Originalmente tenía una misión, principios, un proyecto y unidad. Ahora, en cambio, está agotada, perdió las ganas y la fuerza y, lo que es peor, carece de una propuesta de futuro. Pareciera que los 20 años en el poder le arrugaron no sólo el rostro, sino también el alma. Donde había una misión, hoy sólo queda la voluntad de aferrarse al poder. Donde había proyectos, hoy campea la improvisación.
Es cosa de mirar. Los que ayer se decían demócratas no trepidan en pactar con el comunismo. Los que abrazaban los valores del humanismo cristiano le abren solapadamente las puertas al aborto. Los que luchaban por elecciones libres se transformaron en los campeones de la intervención electoral.
Así como en el plebiscito del Sí y el No, hoy son millones las chilenas y chilenos que están cansados de ser gobernados por los mismos de siempre y quieren algo no sólo distinto, sino también mucho mejor. A todos ustedes quiero decirles que los necesitamos y que en la Coalición por el Cambio los recibimos con los brazos y corazones abiertos.
Chile requiere un cambio. Eso lo sabe usted y lo sé yo. Un cambio que no es sólo el de un gobierno por otro. Es mucho más que eso. Chile necesita un cambio en la forma de gobernar. Con un gobierno que haga propias las verdaderas prioridades de la gente: crear trabajo, derrotar la delincuencia, mejorar la calidad de la salud y la educación, no en los discursos ni en las palabras, sino donde importa, en la sala de clases, en el consultorio y en el hospital; un gobierno que restablezca la cultura de hacer las cosas bien, en forma honesta y con un sentido de urgencia.
Un gobierno, en fin, capaz de sacar lo mejor de cada uno y desatar las fuerzas de la libertad, la innovación, la creatividad y el emprendimiento, y que nos ponga nuevamente en la ruta del desarrollo y la prosperidad. Así queremos Chile.
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Rodrigo González Fernández
DIOPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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