Raúl Fain Binda BBC Mundo |
La británica Jade Goody, enferma terminal de cáncer y famosa por su participación en programas de "telerrealidad", le vendió a un canal de TV y una revista los derechos exclusivos de su boda. Además, ha estado transmitiendo su agonía, todo -según dice- para dejarle dinero a sus hijos... ¿Quién abusa a quién?
Goody vendió los derechos de su boda a una revista y a un canal digital de televisión. |
En el caso de Jade Goody y su explotación por (o aprovechamiento de) los medios de comunicación de masas es muy difícil arrojar la primera piedra.
Para mucha gente alrededor del mundo el espectáculo es repugnante, mientras que para otros es el entretenimiento más atractivo por mucho tiempo.
¡Una mujer ignorante y grosera, muriéndose ante las cámaras!
¿O una madre desesperada que quiere asegurar el futuro de sus hijos, ya que el hombre con quien los concibió es irresponsable, un caso perdido?
Estos son dos de los muchos juicios que se pudieron escuchar y leer en los numerosos medios que han cubierto el caso.
Otros sugieren que la boda televisada de Jade, calva y moribunda pero aún "deslumbrante" (como dijo su publicista), refleja la cultura popular de nuestra época, para bien o para mal, y que debemos entenderla antes de repudiarla.
No tan público
Lo curioso es que la boda de marras no fue tan pública como se dijo por anticipado: al contrario, cámaras y reporteros de los grandes medios de difusión fueron mantenidos a raya, ya que Goody vendió los derechos a una revista y a un canal digital, que se encargarán de revenderlos al mejor postor.
Es lo mismo que hace cualquier actriz, cantante o modelo de medio pelo, para aprovechar su popularidad, y nadie se hace mala sangre.
¿Por qué escandaliza cuando lo hace una mujer que también pertenece a la farándula? A fin de cuentas no es cierto que Goody sea una "persona común", como dice la propaganda de la telerrealidad: ella forma parte del Show Business (así, con énfasis en "negocio", llaman los ingleses al mundo del espectáculo) y es tan "común", o "especial", como Penélope Cruz.
La diferencia parece muy simple: Penélope Cruz tiene talento y Jade Goody nada que se le parezca. Pero no hace mucho tiempo el talento de una actriz era considerado algo frívolo e irrelevante, de modo que en esto tiene mucho que ver el reclamo o el capricho de la opinión pública.
Andy Warhol
Cientos de periodistas se agolparon a las puertas del lugar donde se casó Goody. |
No cabe duda de que el caso de Jade Goody es el más extraordinario que ha dado la llamada tele-realidad, poblada de personajes intrascendentes en busca de sus "quince minutos de fama", como dijera Andy Warhol, el artista estadounidense, que habría estado entre los primeros ante el televisor.
Con esa frase, Warhol llamó la atención sobre la creciente banalidad de la fama y la falta de consistencia de los individuos, en un marco social cuyos parámetros eran dictados por los medios de comunicación de masas.
Esta observación, que ya era cierta hace cuarenta años, le vendría como anillo al dedo a Goody, a no ser porque su popularidad, a diferencia de los otros "famosos" de su tipo, no fue efímera: en vez de quince minutos, ya ha durado siete años y seguramente seguiremos hablando de ella algún tiempo.
Algunos sociólogos, tanto profesionales como aficionados, han identificado la extremada vulgaridad de Jade como la razón principal de su popularidad. "Apela al mínimo común denominador del público", es la explicación.
Pero esto es apenas una parte del fenómeno.
El descubrimiento
La ex concursante de Gran Hermano se convirtió en una de las mujeres más populares de su país. |
El testimonio más revelador ha sido el de Gigi Eligoloff, que fuera una de las productoras del programa Gran Hermano que consagró a Goody en 2002.
Eligoloff cuenta que conoció a Goody cuando otros productores del programa la habían rechazado por su estridencia y aspecto "desagradable".
De inmediato vio lo que sus colegas habían pasado por alto: Goody dominaba a los aspirantes a participar en el programa. Era vital, agresiva, no dejaba hablar a los demás, los avasallaba con su charla incesante.
En el grupo nadie era indiferente: o la escuchaban o la odiaban.
"De eso se trataba, justamente. Si Jade producía ese efecto en los otros aspirantes, era posible que también lo produjera en los televidentes", escribió Eligoloff en el Sunday Times.
Identificación del público
El caso de Jade Goody es uno de los más extraordinarios que ha dado la llamada tele-realidad. |
Y así fue que la chica ordinaria, estridente, ignorante, hija de drogadictos criminales, que parecía condenada a la adicción y la prostitución, se convirtió en una de las mujeres más populares del Reino Unido.
Ahora parece evidente que la fama no le llegó a pesar de esos rasgos de su personalidad, sino gracias a ellos.
No es cierto que el secreto inicial de Jade Goody fue que el público "se identificara" con ella. Al contrario, eso le ocurrió a muy pocos. Lo que les llamó la atención fue Goody como espectáculo, como personaje del show.
Lo mismo suele ocurrir con otros personajes surgidos de la tele-realidad, pero en el caso de Goody el fenómeno persistió porque además de esos elementos de agresividad, hiperactividad y grosería del paquete inicial, el público, en su segunda mirada, también detectó vulnerabilidad, un dolor íntimo que redimía y daba profundidad al personaje.
Allí, en ese detalle, el público sí se "identificó" con ella, si esto es posible.
Sin esa vulnerabilidad, la popularidad de Jade Goody se habría disipado en pocos meses. Pero ya estamos en 2009 y seguimos hablando de ella.
Tan vulnerable es, que se está muriendo ante nuestros ojos.