Fotografía: Nicolás Ábalo
Su oficina es una mezcla de sobriedad clásica y moderna. El escritorio no está dispuesto como el de cualquier rector. No hay un gran mueble de madera pesada y oscura que mire al horizonte y marque distancia con el interlocutor. Es una mesa de vidrio sobre metal, instalada contra la pared y encima un notebook que insistentemente alerta la llegada de mails.
Carlos Peña González -50 años, dos veces casado, cuatro hijos- egresó del Liceo de Aplicación y proviene de una familia de clase media. Estudió Derecho en la UC y es probable que el contexto político y social que ahí le tocó vivir no sólo contribuyera a exacerbar su evidente timidez, sino también delineara las grandes obsesiones de su pluma.
Fue la Católica de esos años, en un ambiente conservador -donde Jaime Guzmán era amo y señor de los pasillos-, la que forjó el talante del joven abogado que, en forma paralela, decidió también estudiar Sociología.
Su carrera la inició como profesor en la UDP. Sus alumnos recuerdan su memoria privilegiada. Se sentaba sólo con su lapicera y hablaba por más de una hora como si estuviera leyendo un texto preparado con anticipación. Sin pausas o cacofonías, coherente y entretenido, con comas y guiones intercalados.
Pese a que en sus inicios coqueteó con Marx, el actual rector de la UDP transitó tempranamente al liberalismo. Su afición por los debates de la filosofía política contemporánea marca sus columnas dominicales en El Mercurio. Admirado acérrimamente por algunos y criticado vehementemente por otros, se instaló en la escena como el principal columnista del país y también como el opositor número uno de la República.
El martes fue invitado al almuerzo que organizó el presidente con un grupo de columnistas en La Moneda. Hizo llegar sus excusas: problemas de agenda. "Pero en cualquier caso, no soy capaz de advertir el sentido de ese encuentro: ¿Qué otra cosa podría uno decir en una reunión como esa -en tanto líder de opinión, como suele decirse- que lo que ya dijo en las columnas?".
-¿Se siente un opositor?
-Si por opositor se entiende una persona que procura, ante todo, ser fiel a lo que cree y a lo que piensa, le moleste a quien le moleste, me resulta una definición razonable. Después de todo, no tengo interés en cultivar redes sociales o capital simbólico, ese tipo de cosas por las que tantos en Chile transpiran.
-¿En qué cree Carlos Peña?
-Pienso que el universo está en silencio y que para orientarnos en él, y en los dilemas de la existencia, no contamos más que con las virtudes terapéuticas de la razón y el diálogo. Creo en el valor de la autonomía, en la capacidad de vivir la vida conforme al propio discernimiento. Y en el valor de la independencia, o sea, en la capacidad de someterse nada más que a la voluntad propia.
-Eso lo podría situar a la derecha...
-Es probable. Creo en la razón. La razón, los argumentos, la evidencia de que uno dispone es algo que nos ayuda a hacer la vida más amable y a cometer pocos errores. Bueno, y no creo en muchas cosas...
-¿Como qué?
-No tengo una fe religiosa. En ese tipo de cosas no creo. Desgraciadamente, no logran conmoverme.
-¿Y cree en el mercado?
-El mercado permite que cada uno viva conforme a sus propias elecciones: se ajusta al ideal de una vida vivida conforme al propio discernimiento y no al ajeno. Nada de eso debe conducir, sin embargo, a la tontería de pensar que el mercado permite resolver todos los problemas. Tiene una importantísima dimensión moral, pero posee fallas importantes.
-¿Cuáles son esas fallas?
-Varias. Desde luego, las preferencias que cada ser humano busca satisfacer en el mercado no vienen con él -como ocurre, en cambio, con sus características físicas-, sino que se forjan en el diálogo con los demás. Y la práctica democrática -en la que nos reconocemos como iguales- es la que realiza este valor del diálogo. De ahí que la democracia no sea una forma imperfecta de mercado, como a veces se cree, sino que tiene un valor autónomo. El caso de la vida familiar y sexual es un buen ejemplo: si atendiéramos a las preferencias debiéramos oír a los homofóbicos, pero nuestro discernimiento nos indica que aunque fueran mayoría no debiéramos escucharlos. Para todo eso necesitamos diálogo en condiciones de igualdad y no sólo de mercado.
El episodio gabriel valdés
-¿Está consciente de que la derecha lo quiere muy poco, especialmente el mundo de los conservadores?
-Me sorprende -a juzgar por los mails anónimos y ese tipo de cosas- ver que a veces de mis opiniones provocan odio. Por supuesto ese odio -aparte de las bromas que uno podría hacer al respecto- no es, en ningún caso, recíproco: yo sólo intento mostrar que las ideas y prejuicios del conservantismo chileno son profundamente erróneas. Pero no hay nada personal en eso: desde mi punto de vista, algunos conservadores son la mejor prueba de que gente buena, e incluso amable, puede estar equivocada o creer cosas estúpidas. Dicho eso, no tengo ningún problema con amargarles, de vez en cuando, el domingo.
"Desde mi punto de vista, algunos conservadores son la mejor prueba de que gente buena, e incluso amable, puede estar equivocada o creer cosas estúpidas. Dicho eso, no tengo ningún problema con amargarles, de vez en cuando, el domingo".
-¿Le provoca algo de adrenalina generar esa reacción?
-No. Yo escribo las columnas con responsabilidad. Lo hago porque me seduce la absoluta fugacidad que tiene el periodismo. Pero no escribo con ánimo de irritar... escribo lo que pienso.
-Consciente de que provocará.
-No suelo pensar en las consecuencias de lo que escribo, pero tengo plena conciencia ex post de cuán molesto soy. Sí me llama la atención que el asunto llegue a niveles de odio personal... El columnista no soy exactamente yo.
-¿Qué diferencia al columnista del rector, por ejemplo?
-Todos desempeñamos roles. Uno se somete a un conjunto de expectativas que no son sus puras objetividades. Cuando escribo hay muchas cosas que pertenecen a mi subjetividad que quedan en el tintero. Y está muy bien que sea así. No tengo una columna para dar a conocer mi subjetividad, sino para dar opiniones razonadas, contribuir a alinear el debate público y, sobre todo, para oponerme a esos mismos grupos que sienten un malestar conmigo. No hay nada que me provoque más placer que molestar a los grupos conservadores. Porque creo que están profundamente equivocados, y en todo lo que esté de mi parte persistiré en el intento de demostrarlo.
-¿Ésa es su cruzada?
-No, no. Es simplemente un propósito personal.
-¿Un gustito personal?
-Tampoco. Pero si uno cree que hay un grupo de personas que se aferran a un conjunto de prejuicios y de errores, es un deber intelectual que uno haga todo lo posible porque la mayoría no les crea. Ahora, que les moleste o no les moleste, es lo que menos podría importarme.