En una habitación hay seis personas y una cesta con seis huevos. Cada persona coge un huevo pero sigue quedando un huevo en la cesta ¿cómo es posible?
Muchos conoceréis y seréis aficionados a estos acertijos que estimulan el pensamiento lateral (el lateral thinking que defendiera en su día Edward de Bono). Aunque los impacientes encontrarán la respuesta a lo largo de este artículo, traigo a colación este pequeño juego para poner sobre la mesa del debate de la RSE dos cuestiones que son las dos caras de la moneda: en primer lugar -y la RSE no es una excepción-, en ocasiones se hace necesario el recurso a la creatividad y a métodos de razonamiento indirectos que sorteen los cauces del pensamiento lógico habitual para buscar soluciones a problemas concretos. En segundo lugar, porque al igual que en el ejemplo de los huevos y la cesta, hay una RSC Macro- la cesta- y una RSC Micro –los huevos.
Y es que no sólo la lógica sino también la experiencia demuestran que en ocasiones, el deseo de resolver algunos problemas por la vía rápida o habitual –por ejemplo, el hecho de que se acuda al rescate masivo de los mercados financieros con dinero público y a la emisión de deuda soberana para sufragar el gasto – puede acabar agudizando esos problemas o creando algunos nuevos – sobre todo cuando los bancos recurren masivamente a la compra de deuda pública para compensar con estas operaciones una caída de ingresos en otros segmentos y productos y se provocan movimientos especulativos que tienen como objetivo la deuda soberana-.
Más concretamente, en la crisis financiera actual las autoridades han centrado sus reformas en su capacidad para gestionar la crisis pero se está evitando abordar los problemas que nos llevaron a ella: una adecuada gestión de los riesgos –en plural- que emanan de la información asimétrica, los conflictos de interés de las agencias de calificación, el riesgo moral de algunos operadores económicos y las externalidades negativas provocadas por los agentes y las instituciones económicas.
Si algo ha revelado esta crisis es que la ausencia de regulación y esa mano invisible que se presuponía conducía al óptimo paretiano o es una mano tonta o tiene mucho de mano y poco de invisible.
Pero en segundo lugar, como decíamos, hay una Micro y una Macro RSE. Nada se ha hecho en la regulación de las agencias de rating, y poco o nada para mejorar la transparencia de los mercados… La reforma está intentando elevar la solvencia de las entidades financieras, incrementar los requerimientos de capital para mejorar la calidad del pasivo pero no se ha centrado en mejorar la calidad de la rentabilidad y en resolver los problemas de gestión del riesgo. Es decir, se están apagando fuegos pero es necesario ir a las raíces del problema.
Dejando a un lado la ineludible invocación a la ética de la que hablara Josep María Lozano a propósito de los ISR, desde el momento en que la RSE pretende enmarcarse y desarrollarse en los mercados, la lógica de la concurrencia competitiva demandaría un apuntalamiento de los tres elementos constitutivos del mercado: la oferta, la demanda y el precio de los bienes y servicios. Y una vez establecidas las condiciones mínimas, es cuando procede fijar un marco de incentivos para que las primeras se desarrollen por sí mismas, autónomamente.
El problema es que la particular naturaleza de la RSE, como bien público junto al carácter hasta ahora voluntario de su provisión, ha determinado que se empiece a construir la casa por el tejado de los incentivos y no por los cimientos.
Con este estado de cosas, hay que lidiar con el carácter transversal o lateral de la RSE, y su ubicación dentro de otro mercado, por lo que nuestra tarea consiste por una lado, en revisar y mejorar la calidad de los materiales con los que se está construyendo ese mercado, mediante incentivos para sus elementos estructurales, ya sea la mejora de la relación RSE-rentabilidad para la empresa, la promoción de la transparencia a través de mayor calidad de la información, la promoción del consumo responsable, o por ejemplo, la mejora de la evaluación del riesgo. Y una excesiva atención a otro tipo de incentivos, que incidan sobre elementos periféricos del mercado, nos distraerán de nuestro objetivo de la sostenibilidad y la responsabilidad, provocando para la causa de la RSE, cuanto menos, el mismo efecto que el causado por la lectura inmediata del juego de la cesta y los huevos. Pero además puede tener un efecto nefasto para la RSE, propiciando –al igual que en el caso del rescate y la deuda pública- un efecto contrario al deseado. La RSE también tiene sus propios riesgos y puede ocurrir que esas manos que cogen el huevo acaben también por llevarse la cesta. ;-)
En el primer artículo de esta serie, ofreceremos unos breves apuntes sobre lo antepuesto haciendo referencia a los problemas de la valoración del riesgo.
Una de las principales lecciones de la crisis financiera internacional ha sido la naturaleza impredecible del riesgo, o dicho de otra forma, los desajustes entre la percepción del riesgo y su verdadera entidad. Los componentes del riesgo son heterogéneos, evolucionan de forma dispar y no siempre comprensible y en muchas ocasiones, escapan a los controles impuestos por la regulación. Precisamente por esta razón, no se puede confiar únicamente en la capacidad de los mercados para autocorregirlos.
Y estas estrategias de prevención implican una anticipación no sólo en cuanto a la dificultad para predecir los riesgos y detectar las estrategias de mitigación sino también en cuanto al tiempo necesario para restaurar la estabilidad. Ello implica como punto de partida un acercamiento conservador a la gestión de los riesgos y un horizonte temporal más amplio para su valoración.
Junto a esta apreciación han de añadirse las deficiencias en la información proporcionada por los habituales indicadores de riesgo comercial, de inversiones directas y de inversiones en mercados de capitales que forzosamente sesgan la calidad de la valoración del riesgo.
En las inversiones directas, hasta ahora, los factores fundamentales para la valoración del riesgo, han sido por un lado, el concepto de seguridad jurídica, asociado a la estabilidad en la legislación sobre los derechos de propiedad y a la protección del inversor, y ciertos indicadores económicos, que suelen traducirse de forma inversamente proporcional a la tasa de beneficios esperada.
En efecto, cuando se observan los principales indicadores relacionados con un entorno favorable de inversión recogidos en los informes de inversión –del Banco Mundial, de la UNCTAD- o de competitividad, -como el Global Competitiveness Report del World Economic Forum- aparecen:
- la estabilidad macroeconómica,
- un marco político estable,
- la calidad de la infraestructura,
- un marco regulatorio "favorable",
- la competitividad del mercado regional,
- recursos humanos cualificados,
- mercados financieros eficientes,
- la protección de la inversión frente a la expropiación,
- y la transparencia del sistema legal.
En el marco de la OCDE, el Grupo de trabajo de inversiones amplía estos indicadores incluyendo además de la estabilidad macroeconómica, la previsibilidad política, la cohesión social y el respeto del Estado de Derecho.
Pero no se incorporan indicadores sociales o medioambientales ni para la evaluación del riesgo ni para valorar oportunidades de desarrollos innovadores.
Si pasamos a los mercados de capitales, existen otros factores estructurales que son claves en la miopía en la percepción del riesgo: la búsqueda de retornos económicos a corto plazo ha marginado las consideraciones sociales y medioambientales de los mercados financieros.
Según datos aportados en el European CRS-Multi-Stakeholder Forum celebrado en noviembre de 2010 el período medio de tenencia de acciones en la mayoría de los mercados de valores ha caído progresivamente en los últimos años y ahora es inferior al año; el volumen de estos cambios está subiendo al 150% anual del mercado agregado de capitalización y las decisiones sobre si una empresa es una buena o mala inversión están a menudo más basadas en un horizonte de inversión de 3-6 meses. Este hecho crea una barrera de entrada de la inversión socialmente responsable y para los inversores que reclaman este tipo de inversiones.
Pero es más. Según el Laboratory on Market Valuation of Non-Financial Perfomance, parte de la alianza europea de CSR, y en las conclusiones de aquél Foro, incluso cuando los inversores adoptan una valoración a largo plazo, a menudo emplean un acercamiento matemático abstracto que descansa en mediciones a corto plazo. Se argumenta que la mayor parte del valor de la compañía se basa en futuras ganancias y no en capital tangible o físico.
Del mismo modo, este organismo ha llamado la atención sobre los problemas en la comunicación empresa- inversor sobre temas no financieros, identificando una asimetría de información donde los CEO de la empresa piensan que el mercado está infravalorando las motivaciones no financieras de su desempeño empresarial, mientras que los inversores manifiestan frustración sobre la falta de información no financiera por las empresas.
En el origen de este problema se halla la mala calidad de la información social y medioambiental manejada por los bancos y demás operadores financieros. En la misma naturaleza del riesgo está la consideración de los tradeoffs; las interacciones entre objetivos medioambientales, económicos y sociales exigen una compleja valoración de los intereses en conflicto y de sus impactos, amén de valoraciones políticas e institucionales.
En esta crisis se ha visto que cuando los inversores sólo evalúan el desempeño financiero fracasan en la valoración y en los riesgos asociados a sus inversiones. Este escenario se ha exacerbado por la falta generalizada de transparencia en el sector financiero. Pero la Inversión socialmente responsable debe tener en cuenta el terreno donde juega. De lo contrario, nunca ganará la partida.
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