Felipe Larraín
La clara y categórica victoria de Sebastián Piñera en las elecciones presidenciales del domingo marca un hito en la historia de nuestro país. Fue una competencia reñida y dura, y culminan con ella 20 años de gobiernos de la Concertación. Chile amaneció distinto ayer.
Más allá del resultado, el día domingo fue una verdadera fiesta de la democracia. Sobresale el comportamiento ejemplar de los chilenos, día tranquilo celebraciones mesuradas y sin violencia. Destaca también el temprano reconocimiento de la derrota por parte del candidato oficialista. Podría haber bastado con un llamado, pero los símbolos son importantes.
El hecho de que Eduardo Frei fuera a visitar al vencedor a su comando en compañía de su familia lo enaltece a él y a la democracia chilena. Si Chile era mirado ya como un ejemplo, el nivel de respeto por nuestro país se incrementó ayer, y así lo destacaron los principales medios del mundo, que siguieron atentamente este proceso. En términos prácticos, aunque no líricos, la jornada del domingo contribuye a reducir el riesgo país de Chile.
Con Piñera, llega al poder una coalición que se extiende mucho más allá de la derecha, como la han catalogado obstinadamente algunos. ¿O es que alguien piensa que hay más del 50% de los chilenos que son de derecha? Se trata de una coalición amplia, inclusiva, que integran también sectores de centro y desencantados de la Concertación. En síntesis, una Centroderecha moderna.
El Presidente electo ha logrado convocar a muchas personas a sus equipos, en su gran mayoría independientes. Más de mil profesionales llevan 2 años trabajando en los Grupos Tantauco en 36 comisiones que cubren la más amplia variedad de temas. Unidos a los equipos humanos de los centros de pensamiento afines a la Coalición por el Cambio, desarrollaron diagnósticos precisos y propuestas detalladas en cada área. Nutrieron así el programa de gobierno, que es una carta de navegación para los años que vienen.
El trabajo continúa preparando la instalación del nuevo gobierno, con el análisis ya hecho de los proyectos de ley y de inversión existentes en cada área, la preparación de la legislación futura, el dimensionamiento e identificación de los recursos humanos necesarios. Tampoco se ha descuidado verificar que las nuevas iniciativas se enmarquen dentro de los límites y la escasa flexibilidad que entrega el Presupuesto 2010.
Dos transiciones
En cierta forma, podemos decir que el próximo gobierno cerrará una primera transición y caminará por una segunda. La transición política se completa cuando hay alternancia en el poder. La actual oposición cumplió su rol fiscalizador, pero permitió acuerdos en muchas iniciativas y contribuyó así a darle gobernabilidad al país. Ahora corresponde que el actual gobierno pase a desempeñar una oposición constructiva y hay numerosas señales de que así será. El éxito del próximo gobierno será una demostración más de la madurez de nuestro país.
La segunda transición, que ha mencionado Piñera, es aquella que nos moverá de ser un país de ingreso medio alto a llegar a ser una nación desarrollada. Esta sentida aspiración la plantearon antes varios presidentes de la Concertación como meta para el año 2010 en curso, pero hasta el momento nos ha sido esquiva. Para ser precisos, y medido de acuerdo a estándares internacionales, esto equivale a que los chilenos aumenten su ingreso por habitante desde los actuales US$ 14.000 (a paridad de poder de compra), a un nivel en torno a US$ 22.000, que es similar a ingreso que tiene hoy Portugal.
Siendo realistas, ello no podrá ocurrir durante el gobierno de Piñera, pero sí hacia 2018, bicentenario de la independencia definitiva de Chile. Esta meta es exigente, pero absolutamente factible. Para lograrla, sin embargo, nuestra economía necesita acelerar el paso.
Las prioridades
Que Chile pueda derrotar la indigencia y la pobreza y convertirse en un país desarrollado en los plazos mencionados requiere cumplir la meta de crecimiento planteada del 6% anual promedio en los próximos años. Esta es, también, la piedra angular en la creación del millón de empleos en el período 2010-2014, prioridad central del programa económico. Veamos cómo se logrará.
En primer lugar, es importante entender el punto de partida. Nuestra economía viene saliendo de una recesión significativa. De acuerdo al Banco Central, el producto interno bruto habría caído 1,9% en 2009, en tanto que en el mundo habría retrocedido 1,1%, tomando la proyección más reciente del Fondo Monetario Internacional. La recuperación económica ha comenzado pero aún es feble. Un primer desafío es, entonces, afianzar la recuperación y sentar las bases para que ella desemboque en un crecimiento sostenido en los años que vienen.
La economía chilena es reconocida como sólida, pero el diagnóstico generalizado es que se ha ido anquilosando y ha perdido la capacidad de crecer y crear empleo. El gobierno que termina promediará un crecimiento en torno al 2,7% anual y una creación de unos 100 mil empleos por año. Para crecer al 6% anual requerimos potenciar la inversión, a través de estímulos tributarios como el mecanismo de depreciación acelerada y la extensión de la tributación en base a utilidades distribuidas (especialmente orientada a las pymes).
Sin embargo, el principal impulso al crecimiento de largo plazo será revertir la persistente caída de la productividad de los últimos 4 años a través de reformar el estado y potenciar la capacitación, la innovación y el emprendimiento.
Si el crecimiento salta a 6% anual, ya no parece inalcanzable doblar la creación de empleo. Pero no podemos confiarnos sólo en el crecimiento económico; hay que mejorar también el funcionamiento del mercado laboral. Es aquí donde cobra importancia la extensión del subsidio a la contratación a otros grupos vulnerables, no sólo a los jóvenes entre 18 y 24 años. Esta medida contribuye más que los programa de emergencia a crear empleos estables y con salarios dignos; también es importante potenciar el trabajo a distancia, que disminuye los costos de participar en el mercado laboral. El mayor dinamismo y las medidas laborales específicas son la mejor esperanza de recuperación para los más de 600.000 compatriotas que hoy no tienen empleo.