¿Cuál es la mejor receta para convertirse en escritor? Posted: 07 Dec 2008 07:35 AM PST A menudo me preguntan cómo lo hago. Cómo escribo. Dónde he aprendido el secreto. De dónde saco las ideas. Esta curiosidad parece que deba ser saciada de la misma forma que un lego en informática decide aprender a usar el Photoshop: apuntándose a un cursillo de 30 horas para dominar los más íntimos secretos del software. Si el lego en informática hubiera dedicado una media hora a investigar a través de Internet, hubiese descubierto que entre videotutoriales, manuales para torpes, foros y demás recursos lo del cursillo, además de una monumental pérdida de tiempo, hubiera supuesto un despilfarro considerable de dinero. La cosa se parece a apuntarse a un curso para usar el mando a distancia de la televisión, cuando es mucho más fácil probar y equivocarse, investigar por uno mismo, hacerse con el mando día a día. Más fácil pero también más difícil. Es más difícil porque primero hay que derribar un mito. El mito de que todo se aprende en las aulas, que existen trucos incontrovertibles, que hay recetas, que la sabiduría se puede encapsular y vender en dosis milimetradas. Cualquier cosa antes que emplear un poco el pensamiento lateral y la transpiración para obtener la sabiduría por nuestros propios medios, aprehendiéndola. Pueden darse excepciones, pero hablo de la generalidad: todos somos un poco tullidos a la hora de buscar soluciones, preferimos que alguien nos las sirva en bandeja con un "¡conviértase en X en tres meses!". En ese sentido, escribir se parece mucho a tocar un instrumento: la única forma de arrancar un arpegio consiste en invocar el tesón, la única manera de digitar un diminuet consiste en invocar la transpiración. En términos literarios, la única forma de saber si estamos en el buen camino consiste en rellenar lo escrito hace un año y comprobar que no nos reconocemos: da igual la edad que tengas, tu competencia lingüística o tu estatus literario. Si no cambias, no avanzas; si no tiras nada a la basura, es tu escritorio el que se llena de basura. Esta perogrullada no lo es tanto. Los que aspiramos a escribir, en pocas ocasiones estamos dispuestos a sacrificar ciertas cosas. Creemos que el buen escritor lo es por algún talento natural, exclusivamente. Hay de eso, por supuesto, pero el talento natural sólo determina el tiempo que debemos invertir en ser solventes escribiendo. Tampoco aspiremos a la excelencia, porque ¿quién es inequívocamente genial? ¿Acaso el genio de ahora no era considerado mediocre antaño y viceversa? Lo importante no es brillar más que nadie (algo que tampoco depende sólo de nosotros sino del azar, los contactos, el fáustico mercadeo) sino hacerlo bien. Y hacerlo bien no requiere más que práctica constante, mucha lectura y el examen minucioso de la técnica del autor que nos gusta. Otro aspecto que cabe borrar de la imagen del escritor prototípico es la del bohemio hasta las cejas de absenta, pulsando las teclas de una vieja Remington a ritmo de pistón y plasmando pulcramente una obra maestra dictada al oído por las musas. Esa sensación de que todo fluye ocurre en contadas ocasiones. Puede que un fragmento escrito a vuelapluma parezca estar llamado a cincelarse en mármol. Puede que hasta un capítulo entero. Pero la mayoría de veces sólo es una frase: el resto son aristas e imperfecciones a las que hay que pasar la garlopa una y otra vez, hasta que te duelan las manos, los hombros y el cerebro. La obra en sí no se concluye ni mucho menos con el primer borrador. La cosa se parece más a encajar las piezas de un rompecabezas, haciendo continua gimnasia retórica para sacarle algo de músculo al texto. Thomas Mann lo definió muy elocuentemente: "Un escritor es alguien para quien la escritura es más difícil que para cualquier otro". Carl Hiaasen escribía novelas de humor pero decía: "cuando llego a casa a la hora de comer, después de haber estado escribiendo durante toda la mañana, mi esposa dice que parece que venga de un funeral". ¡Y hacía humor! Los Ensayos de Montaigne, por ejemplo, no emergieron de su mente ya plenamente conformados sino tras innumerables correcciones añadidos y revisiones. Autores considerados brillantes hoy en día como Stendhal no se iniciaron como tal: empezó esbozando insípidas obras de teatro y sus obras de referencia no emergieron hasta haber pasado por todos estos intentos infructuosos y décadas de trabajo infatigable. El poeta estadounidense Walt Whitman se pasó toda la vida modificando hasta la extenuación su obra Hojas de hierba, con ese perfeccionismo maniático suyo tan kubrickiano. Nietzsche describe perfectamente el agotador trabajo que requiere escribir:
Para pasar de peso welther a paso medio o peso pesado, no hay otra: hay que darle a las mancuernas y dejarse de tanto gimnasio caro, al que, por otra parte, en pocas semanas dejaremos de acudir por desidia (aunque la cuota la sigamos apoquinando unos meses más con la vana pretensión de que tarde o temprano reuniremos ánimos para volver). Y ahora, entonemos las primeras notas de Rocky y ¡a por ello! |
CONSULTEN, OPINEN , ESCRIBAN LIBREMENTE
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en RSE de la ONU
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